Daniel
Albarracín, 14/08/2017
http://vientosur.info/spip.php?article12923
1.
La
recuperación de la crisis capitalista.
La política del gobierno del PP se
ha caracterizado por una gestión que, sin abandonar su política de protección a
las grandes corporaciones financieras y energéticas, principalmente, se ha
caracterizado por la inacción por lo que no ha acentuado las políticas de
ajuste, en un ciclo político convulso en el que una parte significativa de la
población ha reaccionado contra las consecuencias de las políticas neoliberales
y necesitaba sostenerse electoralmente. Para interpretar la coyuntura tenemos
que ir más allá de la gestión del gobierno e indagar en la dinámica subyacente.
La rentabilidad efectiva, tras
desplomarse en el periodo recesivo, se ha recuperado tímidamente, apoyándose
principalmente en el drástico abaratamiento de los costes financieros. Entretanto,
la actividad se reactivaba en la industria, el comercio y la hostelería, por
factores fundamentalmente exógenos, sea bien el tirón de la exportación de los
bienes industriales auxiliares que se realiza a los países centrales, sea bien
por un impulso circunstancial, pero fortísimo, del turismo, beneficiándose del
carácter de “destino seguro” del territorio ibérico en un contexto de
conflictos internacionales creciente.
Le ha venido francamente bien al
PP el que la economía española entrase en 2014 en un ciclo de recuperación
temporal creciendo por encima del 3%, por encima del entorno europeo. Las
corporaciones españolas se han beneficiado del fuerte ajuste empresarial,
salarial y público sucedido en el periodo de “gran recesión”, algo que también
se ha reflejado en otros países semiperiféricos europeos, dejando más margen a
las empresas supervivientes, especialmente de medio y gran tamaño.
Fuente: Elaboración propia a partir de Contabilidad Nacional Trimestral
de España. INE
La recuperación comenzó en 2014,
ya superó su momento álgido y el nivel del PIB aún no ha alcanzado el nivel de
producción absoluto de 2008. Sólo cabe esperar un crecimiento débil de ahora en
adelante. Al darse por razones endógenas, sin modificarse el modelo
socioproductivo, difícilmente se evitará una nueva recesión en pocos años. Algo
que se adelantaría si se dan escenarios de crisis bancaria, crecimiento de
tipos de interés, encarecimiento del euro, o el aumento del precio de las
materias primas. O de una crisis internacional, política, institucional o
diplomática, que se tradujese en una retracción de la dinámica comercial,
pendiente de un hilo de la situación económica china, la política de Trump, los
resultados de la negociación del Brexit o nuevas conmociones políticas en
Europa o Rusia, o, quizá bélicas, en Corea del Norte, Oriente Próximo o Venezuela.
Mientras tanto, la cuestión social
y el conflicto entre capital y trabajo, muestran brotes de conflictividad de
nuevo, si bien fragmentarios y escasamente organizados o con pretensión de
movilización general escasamente politizada. Aún con todo, el avance del
capital sobre el mundo del trabajo y sus condiciones laborales está lejos de
restaurar a niveles suficientes las bases para una acumulación vigorosa. Cualquier
avance en la rentabilidad del capital supondrá una ofensiva contra las
condiciones de vida de las mayorías productivas, y por esta razón cabe esperar
un nuevo ciclo de agresiones laborales, sociales y económicas. Ese ciclo quizá
esté necesitado de relegitimación –que podría basarse en dar respuesta parcial
a aspiraciones locales, corporativas o sectoriales, buscando nuevos enemigos
internos o exteriores, creando nuevas divisiones sociales- para poder ser
aceptado por una parte de las clases populares mediante una “revolución pasiva”.
Por el momento, cabe decir que la presencia de fuerzas políticas de cambio en
el Estado español, está sirviendo de dique de contención, aun cuando, es preciso
señalarlo, las tareas de organización social y política en el espacio del mundo
del trabajo han sido muy difusas, sino inexistentes. Mientras tanto, nuevos
conflictos laborales en sectores precarizados se han ido expresando y
extendiendo. Resta ahora la tarea de unificarlos, articularlos y darles
perspectivas sindical y sociopolítica.
2. Los fundamentos económicos de la metamorfosis capitalista y lo que está en
juego.
El
capitalismo sigue su largo y tenso tránsito hacia su metamorfosis, en la que
las crisis climática, energética y geoestratégica están desempeñando un papel
central. Los factores endógenos del sistema también desempeñan un papel nítido,
como se reflejan en las dificultades para la recuperación de la tasa de
beneficio. El conflicto social y laboral se expresa de manera fragmentaria a
nivel internacional y a veces con un carácter sectorial, en defensa de los
servicios públicos y derechos sociales, o territorial. A la crisis objetiva se
le suma una crisis de subjetividad antagonista que, sin embargo, no impide la
formación de sujetos e iniciativas políticas en determinados países con una
audiencia de masas cada vez más significativa e influyente.
Si nos
centramos en los factores endógenos, en los que sin duda influye la política
económica también, para la economía española, observamos una clara tendencia a
la caída de la tasa de rentabilidad empresarial. Sin embargo, la
variable que sigue el sector privado es la tasa
de beneficio efectiva, que consiste en los resultados económicos obtenidos
tras descontar los costes financieros de las operaciones e inversiones
realizadas. La inaudita política monetaria expansiva del BCE, y otros bancos
centrales, han abaratado, sobre todo para las grandes empresas, los tipos de
interés y los costes de financiación, permitiendo una recuperación hasta 2007
que, sin embargo, no ha permitido evitar el descenso del tipo de beneficio
efectivo, y que apenas ha sostenido su nivel en estos últimos años de
postcrisis. Ni que decir tiene que el nivel de tipo de beneficio efectivo
actual es sencillamente minúsculo para poder reactivar la acumulación a niveles
sostenidos.
Fuente: Elaboración propia a partir de la Central de Balances del Banco
de España.
Fuente: Elaboración propia a partir de la Central de Balances del Banco
de España.
Cabe
afirmar que sólo dos fenómenos podrían facilitarlo: una amplía destrucción de capital –algo que sólo se produjo en los años
30, y que ahora todas los grupos capitalistas procuran evitar, a costa de
inducir una política de socialización de deudas y pérdidas-; o una elevación de la tasa de explotación del
mundo del trabajo en profundidad, algo que, a pesar de los avances, aún está
lejos de alcanzarse. Mucho nos tememos que el segundo escenario ya se ha
iniciado. Pero no podemos descartar que fenómenos de crisis financiera y
bancaria global –no inmediata, pero si en los próximos años- o de disputa
geoestratégica, con una reconfiguración de bloques internacional,
desencadenasen una lucha intercapitalista con efectos en el primer factor. Pero
por el momento, las clases capitalistas transnacionales siguen su vieja lógica
de “rivalidad entre hermanos”, para ponerse al final de acuerdo en depositar
toda la carga en los y las de abajo.
A este
respecto, la inversión, otro de los “fundamentales” de la economía, es
tanto motor de la producción, como elemento que se ve, parcialmente, animado
por dicha tasa de beneficio efectivo[1].
Fuente: Elaboración propia a partir del Banco de España.
Cabe
referirse a que el capitalismo tardío
financiarizado contemporáneo está sujeto por nuevas contradicciones. Las
políticas monetarias expansivas proempresariales y la regulación flexible del
sistema bancario moderno han incrementado los niveles de deuda hasta
niveles desconocidos, estableciendo un nuevo obstáculo para el vigor de la
economía capitalista. Lo que en su momento permitió un estímulo a las
inversiones y el consumo[2], dadas las facilidades financieras, desde 2008
representa un lastre patrimonial y una carga para las mismas.
La
ampliación de la deuda privada, especialmente de las empresas financieras e
industriales, se extendió hasta 2010, en su punto más alto. Desde entonces,
hemos asistido a un proceso de desendeudamiento
privado. Las ratios de la deuda sobre el PIB de las familias y de las
empresas españolas se han reducido desde mediados de 2010, cuando alcanzaron su
punto más alto. Estas ratios han pasado del 84 al 64% y del 107% al 83% del PIB
en 2016, respectivamente, hasta diciembre de 2016. Este proceso de
desendeudamiento viene acompañado de un crecimiento de la deuda pública, que
viene dado por una política económica, fiscal, de gasto y monetaria, que carga
a lo público y el grueso de los contribuyentes reales (los y las trabajadoras) los
costes de la crisis. Con una deuda pública de apenas el 37% del PIB en 2007, en
2014 se llega a un 100%. En 2016, La deuda pública española se encuentra en
torno al 99,4%, si admitimos el cómputo del Banco de España para 2016, fruto,
principalmente, del crecimiento económico de la recuperación reciente y la consiguiente
moderación relativa del déficit público al 4,5% del PIB.
A pesar
del significativo desendeudamiento, la carga de la deuda en la economía
española, al igual que en muchas otras economías, es aún enorme. Jugará un
papel central en un periodo adverso, al acentuar la recesión que está por venir,
al igual que ha hipotecado el impulso de esta recuperación. Concentrará la
tensión política en torno a ella, puesto que las clases dominantes están
haciendo políticamente lo posible por socializar esa deuda entre las clases
populares, convirtiendo la privada en pública mediante diferentes operaciones
económicas, primero a nivel nacional –política fiscal y de gasto- y, a
continuación, a escala europea (y lo que podría representar un futuro Fondo
Monetario Europeo).
Por
último, cabe referirse a que los tipos de
interés, nulos en términos nominales y negativos en los reales, se
encuentran en mínimos insuperables, y los procesos de adquisición de deuda
corporativa suponen el último estadio de dicha conversión de deuda privada en
pública, por la vía de la política monetaria, complementando a la fiscal hasta
ahora realizada. En un contexto en el que la Reserva Federal cambia la
tendencia, con tipos superiores, y con un relativo crecimiento, todo apunta a
un escenario de ascenso que, para economías como la española y especialmente sus
sectores más endeudados en términos de su patrimonio, constituirían un duro
golpe.
La
crisis de solvencia del sistema bancario fue uno de los desencadenantes
de la Gran recesión. Desde entonces se han desarrollado fabulosas operaciones
de rescate público, fortísimos procesos de quiebra y concentración bancaria o
procesos tan importantes que condujeron a una veloz bancarización de la mitad
del sistema financiero, entregando las cajas de ahorros, con ayuda pública, a
la gran banca española.
Recientemente
a escala europea hemos visto todavía las consecuencias no resueltas de la
crisis anterior, en Italia o Alemania. En el Estado español, con el caso Banco
Popular, se ha conjugado una política de favores a grandes inversores
internacionales (Blackrock), de rescate indirecto del Banco Santander, y una
derivación de la crisis a pequeños ahorradores y trabajadores bancarios. En
términos generales, las políticas para tratar la cuestión bancaria han supuesto
un enorme coste social en términos de retrocesos en los servicios públicos y
los derechos sociales, aparte de la inestabilidad financiera y la ruina de
muchos pequeños ahorradores.
Aunque
el periodo de pérdidas se ha dejado atrás y el nivel de solvencia se ha
aliviado[3]
para una parte de las entidades de crédito supervivientes, los márgenes de
intermediación unitario son reducidos, en un contexto de actividad limitado y
persistencia de activos tóxicos, haciendo que la rentabilidad sobre fondos
propios esté en el 4,3% en 2016, un indicador inferior en 1,3 puntos al de
2015. De esta manera, puede decirse que un pilar vulnerable de la economía
capitalista es su estructura financiera, más aún cuando la mayor parte de las
políticas públicas se han puesto al servicio de su estabilización, lo que está
dando un carácter de régimen político-estatal energético financiarizado[4]
al poder establecido. Este entramado, aún en formación, se está europeizando, y
las élites financieras y políticas de la UE están tratando de ensayar, mediante
la Unión Bancaria y la posible configuración de un Fondo Monetario Europeo, un
mecanismo de protección privilegiada de la gran banca europea que sentará las
bases de las futuras alianzas de la burguesía del continente.
La
crisis ecológica, climática y energética sacudirá las sociedades humanas y sus
economías, comenzando por elevar los precios de las materias primas. Sin
embargo, aunque la escasez en muchas otras materias se constata, en los últimos
tres años se ha observado un cambio fortísimo en la oferta de petróleo, que ha
desembocado en una caída e inestabilidad acentuada de los precios del crudo. Entre
mediados de 2014 y enero de 2016 el precio del barril de Brent cayó desde los
112 dólares hasta alcanzar un mínimo de 28 dólares, fruto, principalmente de dos
fenómenos: el crecimiento de oferta de petróleo no convencional estadounidense,
especialmente mediante fractura hidráulica, multiplicando su extracción por 4
desde 2010, y la caída de la demanda general. A partir de febrero de 2016 se produjo una
paulatina recuperación del precio del crudo, que se intensificó con los
acuerdos alcanzados por la OPEP y otros países productores para recortar la
producción. El barril de Brent llegó a cotizar a 57 dólares a finales de 2016. La
prolongación de la producción de petróleo no convencional en Estados Unidos ha
presionado de nuevo a la baja sobre los precios y, ya en Agosto de 2017, el
barril de Brent vuelve a cotizar en el entorno de los 50 dólares. Ahora bien,
se estima que los inventarios a explotar rentablemente mediante fracking tienen los años contados (en
torno a 4), algo que políticamente deberemos tener muy en cuenta.
En
cualquier caso, un factor decisivo para el curso de la acumulación no es otra
que la conformación de la tasa de explotación, que puede aproximarse por
la inversa del peso de la remuneración de asalariados en la economía.
Fuente: Elaboración propia a partir de INE-Contabilidad Nacional
Trimestral.
Se ha
producido un ajuste salarial que se ha traducido en una caída del peso del
fondo de salarios en el PIB, su estabilización tras 2013 responde al aumento del
empleo (1,4 millones más entre 2014 y 2017) y caída del paro (17,7%, favorecido
por la población que ha emigrado o que se ha desanimado a encontrar empleo),
creado en condiciones desprotegidas (mayor facilidad de despido barato y más de
la mitad sin cobertura de convenio) y precarias (26,8% de temporalidad), con
mayores niveles de inestabilidad y altos niveles de empleos a tiempo parcial
(16,5%). La remuneración media por asalariado se ha mantenido en el periodo de
recuperación[5],
y sólo ganó pocas décimas de poder adquisitivo por la caída de precios de los
últimos años en la economía española, algo que no impidió el crecimiento de la
pobreza incluso entre las personas que están empleadas (13,1% en 2015) y donde
persiste una fuerte diferencia salarial en detrimento de las mujeres.
El
crecimiento de salarios pactados, entre el 1 y 1,5% para 2017, van a verse
rebasados en 2017 por el IPC (ahora en el 1,6%), que podría situarse en torno
al 2% a final de año. Los sindicatos han mostrado su interés en una mayor
recuperación salarial. Está por ver si esta reivindicación se traduce en
movilizaciones, algo que la relativa recuperación podría permitir. Algo que
sería imprescindible para doblarle el pulso al poder económico, si se realiza
con perspectiva política, en el lugar donde más le puede doler, el mundo del
trabajo, cuyas reglas son las causantes de un chantaje generalizado a la mayor
parte de la población y que la somete a una situación de dominación y
explotación.
3. Perspectivas políticas para otra
economía y otra sociedad.
Se abre un ciclo político en el
que seguir cuestionando el modo de vida existente, las relaciones que
mantiene la sociedad con nuestro entorno natural, cómo disponemos de nuestro
tiempo y cómo tomamos nuestras decisiones colectivas, resultan cruciales. No
podemos apelar al miserabilismo, sino interpelar a la reflexión, la autoorganización
y la propuesta superadora. No es cierto aquello de que “cuanto peor mejor”, más
bien al contrario. La autoorganización popular resulta más consistente cuando
la respuesta dada no es fruto de la desesperación sino del debate y crítica
colectivos, la perspectiva y experiencia práctica y alternativa que se pueden
derivar de ello. Esto es, del noble arte de la política bien entendida. No es
cierto que cuanto “más recuperación” la gente se contenta más, porque esa
recuperación es la de los beneficios y privilegios de unos pocos contra la vida,
la bioesfera y el trabajo socialmente útil.
Debemos abordar la cuestión de la
centralidad del tablero político entendiendo que este se dibuja en un mapa
irregular, donde los polos gravitatorios se separan de su centro. Un mapa que
hay que habitar dando respuesta a las aspiraciones políticas emancipatorias y
democráticas de la mayoría social, de las clases trabajadoras, abordando las
causas de los problemas de las mayorías trabajadoras. Esto es, yendo a la raíz de
los mismos, organizando las respuestas alternativas prácticas.
Eso supone cuestionar la
arquitectura institucional de la UE; las políticas de austeridad social y
rescate permanente del sistema bancario que, combinadas, conducen a una
conversión de la deuda privada en pública; implica abordar la cuestión de los
sectores estratégicos que debieran reservarse al ámbito público para darles una
orientación democrática, social y sostenible ecológicamente; abrir las puertas
a la democracia en el espacio del trabajo, para garantizar el derecho a una
vida y un empleo digno, estable y mejor pagado, con la reducción y reparto del
tiempo de trabajo y el protagonismo de los y las trabajadoras en la producción
(y en la reproducción de la vida) como bandera; en un contexto social donde
todos los trabajos socialmente útiles se vean reconocidos, extendiendo los
servicios públicos, las libertades y derechos sociales de y para todas las
personas.
[1] La acumulación capitalista, cuyas expresiones e indicadores más claros
son la producción y la inversión, se explican tanto por la tasa de beneficio
efectivo como por la evolución de la masa de beneficios, tal y como advierte Anwar
Shaikh.
[2] El Banco de España estimaba “que el impacto medio anual que ha tenido
el descenso de los tipos de interés entre 2008 y 2016 sobre la carga financiera
neta ha sido del 1,7% de la renta bruta disponible media de los hogares en este
período, del 7,9% del excedente bruto de las empresas no financieras y del 0,4%
del PIB en el caso de las AAPP” Ver pág. 40.
[3] 12,8% de ratio de capital ordinario nivel 1, en
2016, según el Banco de España.
[4] El mundo de
las finanzas se conjuga y articula con los intereses energéticos e industriales,
con intereses cruzados en los consejos de administración, el accionariado y los
acreedores. Dado el lugar central de la energía y las materias primas, las
corporaciones en estas actividades también tratan de incidir todo lo posible en
las políticas públicas.
[5] En el periodo de crisis el peso del fondo de salarios creció, no
porque aumentasen los salarios, sino porque se despidió primero a aquellos
trabajadores más desprotegidos que coincidían con los salarios más bajos. Aquel
efecto estadístico de composición inicial se vio sustituido por un nuevo
proceso posterior de sustitución de personas mayores, principalmente con
niveles salariales más altos, por personas jóvenes, condiciones más
vulnerables, una vez las razones para recurrir al despido barato colectivo se
favorecieron con las reformas laborales de 2010 y 2012, del PSOE y PP
respectivamente.
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