Daniel Albarracín. Octubre 2019
La irrupción de Podemos
Los proyectos políticos no pueden
ser sólidos sin guardar un suelo material que los sustente, una teoría
política, un marco estratégico, y una organización práctica que los lleve a
cabo.
La irrupción de Podemos fue
posible por varios factores. En primer lugar, un vacío político sin representación, causado por la indignación ante
el deterioro de las condiciones de vida fruto de la crisis económica de 2008 y
las políticas de austeridad, aplicadas con severidad desde 2010, que pusieron
en entredicho las aspiraciones de movilidad social de una clase media
amenazada, las débiles protecciones del mundo del trabajo y las políticas
públicas, en favor del sistema financiero y la “casta política”. Es en ese
contexto en el que, precedido del movimiento de las plazas que altera el
imaginario de época, aparece esta formación política basándose en dos bases:
una estrategia comunicativa que se
abre paso en el espacio mediático, liderada por lo que Santiago Alba Rico llamó
el “comando mediático”, y una base
organizativa basada en los círculos.
Su primera dirección adopta una
línea populista, y consigue imponer su política para construir una maquina
electoral con el objetivo directo de alcanzar las instituciones y gobernar, una
vez que una parte del movimiento 15-M no obtuvo grandes resultados políticos
prácticos tras su vigorosa experiencia política de deliberación pública en las
plazas y de movilización popular. La metamorfosis de la organización política
fue rápida, y se liberó del lastre que, a juicio de la dirección, representaban
los círculos y los grupos activistas organizados que pudieran cuestionar el
liderazgo personal de Iglesias, a la hora de definir su estrategia orientada a
recabar mayor electorado, aún a costa de la desmovilización y la moderación
política.
En el periodo que apareció
Podemos, dirigió la experiencia la teoría política del populismo, inspirada por
la lectura errejonista de Ernesto Laclau, y cuya aplicación política ha estado
también influida por la dirección de Pablo Iglesias. También recogía la tradición
eurocomunista y algunas lecturas del operaismo
italiano, que en la práctica se ha mostrado como una sección adusta del
errejonismo, con variantes en la política de alianzas dentro del mismo esquema
interpretativo.
Podríamos afirmar que, en realidad,
en aquel contexto, cualquier fuerza antiestablishment
habría tenido enormes probabilidades de éxito, y que, por tanto, los méritos de
aquella irrupción ha de hacer balance de factores internos (una buena
estrategia comunicativa, la metamorfosis de las plazas en círculos), pero sobre
todo externos, que lo hicieron posible.
Caracterización de la teoría política populista
De manera sumaria, la teoría
populista consiste en:
a) tratar de unificar el campo popular en torno a
la construcción de un discurso que articule las demandas diferenciadas del
mismo, sin más jerarquías que su expresión coyuntural (y cuyos analizadores
preferidos fueron las encuestas, lo aparecido en los medios de comunicación, o
“el sentido común publicado”);
b) Identificar
y señalar al adversario (en una serie degradada que fue desde “los políticos y
banqueros”, “la casta”, “la trama”, a los “políticos corruptos”…), para definir
las fronteras del campo propio.
c) El
objetivo sería alcanzar las instituciones públicas mediante victorias electorales,
desde las cuales aplicar políticas de cambio. Para ello, habría que adaptarse
al sentido común, o si acaso apoyarse en las expectativas frustradas del campo
popular respecto a lo esperado por las “expectativas prometidas”, para ganar
electorado, subordinando las iniciativas de los movimientos, que se mueven
muchas veces disociados de las expectativas de las mayorías.
Los límites de la hipótesis populista
Esta hipótesis tuvo no pocos
problemas y enormes costes. En primer lugar, no contaba con que cualquier
estrategia de cambio requiere de una perspectiva de medio y largo plazo, y que
sin una fuerte presencia material y sostenida de organizaciones civiles,
sociales y laborales, resulta impracticable un cambio sustancial, en tanto que
las instituciones tienen no sólo competencias limitadas, restricciones notables
en el campo parlamentario, sino influencias externas de los poderes económicos
privados determinantes, que necesitan una fuerte actividad contestataria para,
por lo menos, plantear un contrapeso o conquistar avances.
Además, fue sucesivamente
adaptada tácticamente en una lógica errática cortoplacista. En primer lugar, el
esquema programático se subordinaba a la consecución de cargos públicos. Con
ello, no sólo se redujeron los alcances de las medidas de cambio, sino que se
explicó como una conquista los acuerdos presupuestarios con el PSOE, que ya
contenían una adaptación al Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE[1],
y educaban en una perspectiva autolimitada. La delimitación del adversario se modificó,
y con ello las potenciales alianzas. De los principales actores capitalistas,
se pasó a combatir simplemente a los partidos del arco de la derecha,
contemporizando con el PSOE y admitirle como posible fuerza de cambio,
subordinando la acción política a su posible cooperación.
Por último, la concepción
verticalista de la organización, sustrajo el debate, y desplazó a las
corrientes que no profesaban el seguidismo al líder carismático. La
organización partidaria se redujo a los consejos ciudadanos vivos y los cargos
públicos, quedando con una vida interna reducida a consultas plebiscitarias
digitales, con preguntas y respuestas precocinadas; sin olvidarnos de sistemas
de primarias cada vez más mayoritarios, con reglas que limitaban el debate, y
que consistían en plataformas de promoción y cooptación personal.
La aparición de un grupo
burocrático, en torno a las instituciones y el partido fue uno de los
principales puntos del conflicto material entre las dos corrientes
mayoritarias, y sólo secundariamente las cuestiones políticas de carácter
táctico. La incapacidad de gestionar la pluralidad interna se llevó a tal
extremo que amplios segmentos de inscritos se volcaron con la opción populista,
tecnocrática y verdisocial del errejonismo, y abrazaron la ruptura, con lo que
es ya la formación de un nuevo partido que, si bien con teoría política,
conduce a una adaptación al sistema de partidos clásico y al régimen del 78, si
acaso en formato reformista.
Asimismo, cabe decir que el
partido ha perdido fuelle por razones adicionales.
En relación a su política
mediática, a pesar de la concentración en este capítulo, también se agotó su
alcance y, sobre todo, la capacidad de marcar agenda. El inicial comando mediático, los programas
televisivos, un buen grupo de portavoces ágiles bien situados en medios, y un
amplio trabajo en redes sociales, quedaron extenuados en su capacidad de
cambio. Los medios trituraron a los personajes creados, convirtiéndolos en
muñecos, varios emplearon este capital para su autopromoción, y las redes
sociales perdieron su vitalidad horizontal y su capacidad de extensión a una
audiencia no cuarteada y atrapada en los algoritmos de las redes sociales.
La frescura y autonomía económica
de la organización también se ha visto comprometida. A lo que fue una
financiación basada en aportaciones voluntarias (crowdfunding) se pasó a un
modelo basado en la dependencia de subvenciones y donaciones de cargos públicos
y técnicos. Quizá con la excepción de los momentos electorales. La organización
en tanto que partido, dejó de ser un gigante apoyado en círculos y una amplia
legitimidad social, a constituir un partido donde cargos públicos y consejos
ciudadanos mostraban una figura orgánica con una cabeza monstruosa y un cuerpo
y piernas de barro.
Una tercera corriente, una hipótesis alternativa
Anticapitalistas siempre señaló
como un acierto la estrategia comunicativa[2],
la importancia de la presencia institucional, pero insistió en la necesidad de
primar el marco de los movimientos y la construcción de una subjetividad
antagonista organizada. Por eso fue siempre el tercer actor en Podemos y que,
una vez se agota la posibilidad de expresar autónomamente sus ideas con unas
reglas proporcionales que permitan hacerlo, plantea una nueva relación, con un
partido que ya no representa el centro del “sistema solar del cambio”, sino
simplemente “su planeta mayor” –y que parece abocado a una fusión fría quedando
como Unidos Podemos-. Hubiera sido deseable que la gestión de la pluralidad y
una unidad política hubiera tenido su lugar aquí, pero no fue así. Dado el
cierre estructural de su dirección y la disolución de sus bases reales (no sólo
las digitales), parece aconsejable plantear un cambio de vínculo, constructivo
y cooperativo, pero también más autónomo, si las cosas se afianzan como están.
La cuestión ahora consiste en
encontrar las mediaciones entre la percepción existente de las experiencias
vividas, su contraste con los problemas objetivos, y la elaboración de
organizaciones y prácticas y propuestas que encuentren proyectos para enfrentar
los problemas de fondo, y que lo hagan de la mano de los sujetos reales. Para
esto no hay atajos, sino un trabajo político paciente y organizado.
Sin establecer una acción
decidida para acompañar a las clases trabajadoras y populares en sus
conflictos, que son los nuestros, mediante el compromiso práctico solidario,
siendo uno más, pero actuando de manera sistemática, llevando desde ellos la
reflexión colectiva a las raíces de las cuestiones, contribuyendo organizar a
las mayorías, no estaremos a la altura.
No se trata sólo de ensanchar el
número de votos, ni de acumular argumentarios, sino de construir el movimiento
sociopolítico colectivo que, desde el punto de partida del sentido común
realmente existente, que piense por sí mismo y consiga dar forma práctica para
superar los problemas reales en toda su complejidad y profundidad. En suma, no
es tanto la comunicación, la representación o la razón, sino el tipo de
relación que se guarda con el movimiento de lo social, síntoma de las
contradicciones reales y de la propia elaboración de los sujetos concretos para
abordar su propia historia. Un movimiento que hay que acompañar, fortalecer y
al que dotar de propuestas y organización para construir un sentido común
alternativo con iniciativas capaces de dar respuesta a los problemas reales.
En definitiva, resulta preciso
construir una hipótesis estratégica
alternativa para el polo transformador de las fuerzas del cambio. No habrá
transformación sin teoría que lo conduzca ni organizaciones ni prácticas que lo
lleven a cabo.
Esta teoría parte de la
observación de que la sociedad contemporánea no solo está fracturada por sus
contradicciones (medioambientales, económicas, sociales…) sino también que su
modelo socioeconómico empuja a su polarización. Una polarización que no es
automática, sino potencial, dada la autonomía de lo subjetivo. Se trata de
sembrar las propuestas y prácticas para acabar con las raíces de nuestros
problemas colectivos, porque, aunque materialmente sean necesarios su
credibilidad se debe construir también.
Si se trata de construir un
movimiento político organizado transformador ha de conjugarse una audiencia de
masas, un proyecto estratégico y un programa político a la altura de los
problemas que atraviesan a la sociedad. Esto supone dialogar con el sentido
común popular, acompañar los conflictos vividos, reflexionar colectivamente,
para, mirando de frente a los problemas, tratar de elaborar propuestas
encaminadas a su solución. De nada servirá plantear medidas que no respondan a
esos problemas, sería un error equivalente a no contar con el punto de partida
de ese sentido común. Se trata de vivir en esa brecha para hacer germinar las
ideas, soluciones y respaldos de los que pueda brotar algo nuevo, a sabiendas
de que nada se hará sin enfrentar las bases materiales del conflicto.
A este respecto, nuestra
propuesta de Unidad Popular debe ser
caracterizada de manera completa. No se trata sólo de apelar a la articulación
entre lo político y lo social, a los partidos y los movimientos sociales. Se
trata de construir pacientemente una subjetividad antagonista organizada. Esto
es, sindicatos, sociedades civiles, movimientos sociales, que respondan a los
conflictos y nutran de propuestas la agenda política, en la que los partidos
participen y expresen en la sociedad sus aspiraciones democráticas. Desde este
punto de vista la unidad popular no puede devenir meramente en fusiones frías
de partidos, negociaciones cupulares de despacho, o restringirse a acuerdos de
coaliciones electorales.
La unidad popular no sólo
consiste en la construcción de un proyecto político con una fuerte raigambre
social organizada, sino que desempeña también la idea vehicular, en la que la
comunicación debe ser bilateral. Las organizaciones sociales pautan sus
demandas, y la organización política la expresa, pero también dialoga con las
clases populares para trasladar sus denuncias, pero también para precisar los
programas que responderían a los conflictos.
Este parece el reto de largo
alcance al que debemos contribuir.
¿Qué organización política construir y cómo hacerlo cooperativamente en
el universo de las fuerzas del cambio?.
Nuestra formación debe proseguir
construyendo una organización ecosocialista, feminista por la igualdad, popular
y radicalmente democrática, que cuente con una dirección colegiada, una
portavocía coral, una organización horizontal, y un modo de funcionamiento
decisorio deliberativo y orgánicamente colectivo, que desarrolle vacunas
antiburocráticas, con una clara vocación no solamente teórica sino
fundamentalmente socialmente práctica.
Somos una fuerza revolucionaria,
dentro de las fuerzas del cambio en la que coexisten fuerzas que no lo son. La
experiencia de Podemos ahormó, bajo una lógica competitiva devastadora, a las
fuerzas del cambio que se sumaron, y ahora resulta francamente difícil que
formen parte del mismo espacio orgánico. Naturalmente, la defensa de
direcciones que representen proporcionalmente a todas esas corrientes, las
primarias[3]
como fórmula de elección, como fueron las de Ahora Madrid, y la construcción de
lazos orgánicos con la sociedad, como fueron los círculos u otra forma de
asamblea popular, sigue cobrando todo el sentido.
Desde nuestro punto de vista, el
PSOE persiste en alinearse entre los partidos del régimen, en su versión
liberal compasiva (y cada vez menos, como hemos visto con su política
migratoria, nacional o laboral). A este respecto, nuestra actitud debe ser
oponernos a sus políticas, no ser sectarios cuando haya medidas que apoyar, y
tratar de atraer y convencer a su electorado. La entrada en un gobierno de
coalición con el PSOE entrañaría un grave error, aunque sea legítimo como
propuesta, porque al mismo tiempo que puedan asegurarse el cumplimiento de las
hipotéticas (y seguramente disminuidas) competencias concedidas, también se
sería corresponsable, e incluso se tendría que defender, políticas muy ajenas a
los intereses de las clases populares.
En relación a las fuerzas del
cambio, debemos defender tanto nuestra autonomía política como nuestra vocación
unitaria. Eso supone exigir poder expresar nuestras propuestas y hacerlas valer
democráticamente. Cuando no haya condiciones democráticas para defenderlas,
dado que sólo se puede aceptar el resultado de ser minoría si hay un marco
democrático proporcional e integrador, en tanto que corriente, habrá que buscar
la manera de hacerlo fuera de él. Eso no impide afirmar que la política
unitaria debe ser flexible y construir marcos de coalición o confederados que
lleven acuerdos de geometría variable que sean compatibles con nuestro proyecto
estratégico transformador y rupturista.
Las fuerzas del cambio viven un
estado de inestabilidad fuerte, y no tenemos reparos en advertir que Más País
presenta una solución posibilista y pragmática que lleva a un atajo sin salida.
Son compañeros equivocados, por razones que puede hacernos comprender el origen
de sus errores. La intransigencia y experiencia fracasada y verticalista de
Podemos es una (a la que ellos mismos contribuyeron de manera protagónica)
fuente de distanciamento con la sociedad civil y con la pluralidad de las fuerzas
del cambio. Son pulsiones razonables, pero que se saldan con una hipótesis
estratégica que consolidaría el sentido común dominante al renunciar a
modificarlo. Representan un proyecto que es semejante a una forma de
neozapaterismo verdisocial. Neozapaterismo que el propio Unidos Podemos podría
contribuir si forma gobierno con un PSOE que no ha modificado su ADN.
Con todas las fuerzas del cambio
habrá que conjugar el arrimar el hombro en muchas iniciativas sociales y políticas,
que podrán incluir hasta coaliciones electorales. Queda mucho por construir
confianza, criterio y organización común. Deberemos seguir aportando para que
ello sea posible. Pero también debe realizarse desde la autonomía política,
priorizando proyectos y programas transformadores.
[1]
Los aspectos progresivos no eran estrictamente presupuestarios. El ascenso del
SMI fue, posiblemente, la conquista más importante de todo el periodo. https://daniloalba.blogspot.com/2018/10/el-acuerdo-presupuestario-entre-el.html
[2]
De hecho, sigue siendo un capítulo a mejorar. En el actual periodo, sería mucho
más eficaz que contar con un comando mediático, programas de debate o trabajo
en redes, desarrollar un canal televisivo
vía internet, plural, con una dotación de recursos sostenible, con un
programa informativo y de debate independiente, y bajo un gobierno
democráticamente representativo de las fuerzas del cambio.
[3] Otra
cuestión es si deben ser abiertas, digitales o presenciales, o sólo de los
censos de militantes de las fuerzas que se suman.
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