Daniel Albarracín. Octubre 2019
https://vientosur.info/spip.php?article15264
Las razones para profundizar en
un proyecto ecosocialista, internacionalista, solidario y feminista,
radicalmente democrático, se afianzan. Tanto más cuanto una crisis
civilizatoria se abre paso, fracturando gravemente las bases para una vida
digna de ser vivida.
Posiblemente, el primer síntoma,
ya en sí devastador para las condiciones de habitabilidad en gran parte del
planeta, es la aceleración del caos climático. No corresponde hablar de cambio
climático, como si fuera un hecho accidental o lineal, sino de fenómenos muy
avanzados de disrupción en nuestra biosfera, causados por modos de producción
crecentistas y fosilistas. Lo que está en discusión refiere a la velocidad de
evolución, y las políticas y medidas que puedan mitigar su alcance. Quizá
también cómo podemos contribuir a revertir o estabilizar algunos procesos, y
adaptar nuestras sociedades a un clima inestable, adverso y complejo, que puede
adopte umbrales y tendencias climáticas muy diferentes a las conocidas por la
humanidad. La expansión del sistema superindustrial fosilista, cuya depredación
se intensifica bajo la lógica de la acumulación capitalista y la
mercantilización de lo existente, se constata como causa motora de la radical
alteración de las condiciones climáticas. Nos encontramos con un efecto
invernadero comparable al existente en el Plioceno, fruto de la emisión masiva
de gases[1],
con una biosfera degradada y contaminada con efectos de muy largo plazo,
comprometiendo las formas de vida complejas.
Ni que decir tiene que
atravesamos una época crítica para el futuro de la humanidad y de la misma vida
como hasta ahora la habíamos conocido o experimentado, con el curso de la VI
gran extinción. Esto es más acusado si cabe con la grave escasez de agua dulce,
o el agotamiento creciente de materiales básicos para la industria moderna. Ni
que decir tiene, que cualquier proyecto político alternativo debe sostener una
reducción de la extracción, producción y generación de residuos de todo aquello
que no sea imprescindible para una vida digna y su entorno. Algo que resultaría
perfectamente compatible con la extensión de derechos y condiciones para la
mayoría de la población[2],
cuestionando radicalmente la concentración de riqueza y renta, el modelo de
producción, de transporte, alimentación y de consumo existentes[3].
El mayor desafío humano, tanto
por su importancia como por su urgencia, entraña abordar y resolver la gran
crisis energética, en tanto que agota la viabilidad del modo de existencia
productivista y fosilista y resulta uno de los grandes causantes del caos
climático. Se trata del mayor desafío sociopolítico y económico que tenemos en
frente, porque implica el cambio de modelo productivo, de trabajo y de vida de
ahora hacia el futuro. La disponibilidad de energías fósiles baratas y de uso
universalmente accesible llega a su fin. Éstas son además causantes directas
del cambio climático y la contaminación de la biosfera, lo que debe invitar a
aunar esfuerzos de aquellos que quieran abordar crisis energética y climática,
como causa y síntoma, aunque el síntoma se conduzca y tenga consecuencias con inercias
propias. El mundo productivista y fosilista[4]
no es compatible con la civilización en el medio plazo, dados los límites de
recursos sobrepasados del planeta (la capacidad de carga del planeta se
traspasó en la década de los 80 del siglo XX), por las perjudiciales
alteraciones en el clima, la reducción de la biodiversidad y en la fertilidad
de las tierras. En este sentido, esto comporta tanto cuestionar el capitalismo,
cuyas relaciones sociales empujan a la acumulación y mercantilización
permanentes, como a revisar cualquier proyecto postcapitalista que no anteponga
la sostenibilidad energética y climática.
La economía ecológica y la ecología política ofrecen un marco
conceptual que aspira a acabar con la ceguera de otros paradigmas. La
comprensión de los modos de vida exige dar cuenta de los procesos que
comprometen el metabolismo naturaleza-sociedad y los procesos
energético-materiales que entrañan la base de lo existente. No solo brindan un
diagnóstico más amplio y profundo de las bases de la existencia viva y de la
sociedad, también se encuentra en mejores condiciones para dimensionar las
consecuencias reales del modelo socioeconómico y político en el que nos
situamos.
Ahora bien, entender ese binomio
del metabolismo naturaleza-sociedad presupone estudiar, cuestionar, el modelo
socioeconómico y político. Vale decir, el modelo productivista y fosilista es
consecuencia de la ley intrínseca hacia la acumulación que promueve la dinámica
capitalista[5], ávida
de un crecimiento permanente[6],
que convierte toda riqueza natural en mercancía. El desarrollo capitalista
encontró en las energías fósiles una materia prima de una productividad física
incomparable, teniendo en cuenta el corto plazo geológico de la historia del
planeta[7],
y que dio pie a una época irrepetible de prosperidad en los países del norte
aventajado tras la segunda posguerra mundial. Si la economía ecológica nos
muestra las causas, procesos y consecuencias, en términos de energía, procesos
materiales y biofísicos, la crítica de
la economía política nos brinda la comprensión de cómo se toman decisiones,
ancladas en las relaciones de producción y de poder que cobran forma dentro del
capitalismo, y cómo se definen pautas políticas, productivas y distributivas,
en el seno del modelo socioeconómico y político en vigor, en el que
precisamente los sujetos sociales, conflictivamente, intervienen –y que por
supuesto, han atravesado fases internas diferenciadas que exigen un análisis
aplicado propio-.
La lógica del valor, que promueve la explotación, y de la acumulación
mercantil, que le asigna precio a todo, con su violencia económica, política o
administrativa (como aplica para la tierra, la vida o la fuerza de trabajo)
establecidas por el sistema capitalista son insensibles a los límites de la
naturaleza, sus frágiles procesos naturales, y sus consecuencias sociales y
medioambientales, en tanto que los ciclos y procesos de regeneración natural o
el largo plazo quedan al margen de sus cálculos. Los marxistas, al dar cuenta
de esa lógica, no tomamos la ley del valor como universal ni mucho menos como
propia, sino como la pauta realmente existente a batir y que puede
transformarse históricamente. Independientemente de cómo hayamos llegado hasta
aquí, de lo que se trata es de reconocer que las relaciones de producción –la
propiedad de los medios productivos principales en una minoría- y las formas de
toma de decisiones que se le asocian, o la dinámica del modelo productivo
existente, se basan en la lógica de la mercancía y la explotación.
Nuestra acción pasa por
intervenir en el modelo socioeconómico realmente existente, al que las
relaciones sociales dan forma de manera conflictiva. La crítica de la economía
política contribuye a una mejor comprensión de estos aspectos y arroja pistas
para transformar ese modelo, que no podrá hacerse más que de manera política,
cambiando las relaciones sociales y productivas que comprometen la extracción,
elaboración y uso de los recursos. Sin las herramientas del marxismo resultaría
muy difícil desentrañar la lógica del capital, modo de producción hegemónico, y
estaríamos desarmados para ofrecer líneas estratégicas que puedan modificarlo
de manera sustancial, dada la capacidad de la formación sociohistórica
dominante (basada en la propiedad de los medios productivos y la relación
salarial) de deglutir formas sociales ajenas así como de otras iniciativas de
reforma en su seno.
El capitalismo bajo el neoliberalismo austeritario
A este respecto, cabe apuntar
algunos aspectos del rumbo de la acumulación capitalista. Desde los años 70,
los periodos de auge han sido más débiles, y los ciclos se han desenvuelto más
rápida y contradictoriamente, arrastrando a las sociedades opulentas hacia el
estancamiento y recuperaciones débiles, y tornando cada vez más frecuentes e
intensas las recesiones. La huida hacia adelante que comportaron las políticas
neoliberales y de financiarización arrojan nuevas contradicciones que, en caso
de nuevas crisis, una vez agotadas las medidas de política monetaria
ultraexpansiva y en un contexto de tasas de rentabilidad reducidas y alto
endeudamiento privado, y ya también público, podrían desencadenar nuevos
periodos de crisis económica, y de colisión social o territorial.
Para el capital sólo caben tres
salidas, compatibles entre sí, una vez el planeta y los mercados están
saturados:
a) la
mayor explotación del mundo del trabajo (vía intensidad del trabajo, menor pago
salarial por generación de valor, menos derechos indirectos) y una mayor
opresión de las mujeres y las familias sobre las que se carga la responsabilidad
de los cuidados y el bienestar.
b) derivar
las deudas privadas a la deuda pública deteriorando las políticas sociales para
hacer frente a los compromisos,
c) o
intensificar la competencia agresiva con los bloques oponentes.
En definitiva, el capitalismo inaugura
una dirección política de la que no cabe esperar que se sustente cada vez más
en diferentes formas de neoliberalismo autoritario en el marco de un
capitalismo regresivo. Hacerle frente y cambiar las normas que rigen, y que han
de adoptar un modelo ecosocialista, es nuestra tarea política.
[1][1]
El cambio climático es fruto de
procesos muy complejos que se articulan entre sí. La fase solar actual, que
emana calor a niveles sustancialmente superiores a épocas pretéritas, hará del
efecto invernadero un horno. En el Plioceno la altísima presencia de gases de
efecto invernadero fue positiva para la vida, puesto que el Sol emitía menos
calor, compensando atmosféricamente el frío de aquella época, y facilitando
umbrales de temperatura benignos para la vida. Cabe recordar otros factores. El
deshielo de los polos o los glaciares, desatan fenómenos de desarrollo
exponencial, al modificar el regulador que distribuye el calor por el planeta,
alterando la salinidad de los océanos: las corrientes marinas. También abre
camino al metano bajo el permafrost, reduce el efecto albedo, acaba con las
nieves “perpetuas”, por el derretimiento, o las masas forestales, debido a los
incendios. Si bien hay también numerosas incógnitas. Una de ellas, que está en
manos de la sociedad humana, es hasta qué punto se puede mitigar o revertir
esos efectos con un cambio de modelo productivo. La otra, sería el efecto
contradictorio del posible comienzo de una época glaciar, que devienen
periódicamente en tanto que las fases más largas en la historia del planeta
(cada 100.000 años, dado que las interglaciares suelen durar, alternadamente,
una fracción mucho más corta), y el efecto conjunto con un planeta con una
presencia superior a 425 ppm de gases de efecto invernadero en la atmósfera,
una vez estamos al final de una fase geológica interglaciar.
[2]
Aunque el modo de vida a propugnar exigiría evitar la opulencia y el
despilfarro a toda la población, la reducción del consumo y la producción ya
causaría enormes alivios al planeta si una minoría elitista y consumista, sobre
todo en los países aventajados del Norte, dejase de acaparar, ostentar y
derrochar.
[3] Cuyos
primeros pasos supone modificar los sistemas de transporte privados por otros
[4]
Sobra decir, que la energía nuclear, aunque no emita gases en la misma forma,
es una alternativa mucho peor, dados los catastróficos resultados de muy largo
plazo de los escapes de radioactividad, sea por accidentes u otras razones, o
la impracticable gestión de residuos que persistirán durante milenios, sin
hablar de su inviabilidad económica.
[5]
También lo era del modelo socioeconómico de los países del llamado socialismo
real, empujados por la competencia con los países occidentales más Japón, y por
su desdén por los efectos sobre el medio ambiente del empleo de modelos
industriales sucios y esquemas de producción crecientes, de planificación
centralizada en muchas actividades poco aptas para tal tipo de toma de
decisiones, aparte del recurso a la energía nuclear. Pero su dinámica era a su
vez distinta, y por tanto, la crítica también debe ser diferente en su caso.
Sea como fuere, no fue el modelo socialista el que abocó a un esquema también
sucio e insostenible, sino un criterio ciego a estos aspectos y a la inercia
provocada por un mundo en el que el capitalismo predominaba y acosaba a sus
adversarios. Mención aparte es la que merece el modelo chino que hibrida viejas
formas sociales con el capitalismo de Estado, y que, por tanto, exige un
análisis en sí, del que cabe concluir su productivismo insostenible a todas
luces en términos absolutos.
[6]
Los modelos productivistas insostenibles del llamado socialismo real se veían
empujados a competir con los países capitalistas occidentales. Esta
competencia, que se antepuso en la carrera por la hegemonía mundial, junto a la
ceguera de los dirigentes de la burocracia estalinista sobre los aspectos
medioambientales, explican la insostenibilidad del modelo económico de los
países del Este.
[7]
Cabe decir que el sol y sus derivaciones lo es mucho más en el largo plazo,
pero no con la eficacia productiva del petróleo por unidad de tiempo delimitada.
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