Publicado en Le Monde Diplomatique, edición española
Las finanzas
hegemonizan en la actualidad el desarrollo capitalista y suponen el principal
paradigma de la globalización. En concreto, una tipología específica de
generación de dinero y crédito acumula un poder sin parangón: las “finanzas en la sombra”. Superado el
enfoque tradicional de banca, cimentada sobre beneficios obtenidos en función
del diferencial de tipos de interés entre depósitos y préstamos, se impone hoy
un sistema financiero opaco, desregulado y fuertemente especulativo, que impone
su naturaleza al conjunto de la economía. Desorden, cortoplacismo, interdependencia
y vulnerabilidad extrema caracterizan, de este modo, al capitalismo del siglo
XXI.
No obstante, y
pese a su incidencia directa y más que probada en el grave estallido de 2007,
el protagonismo de esta “economía en la
sombra” no solo no ha menguado, sino que muestra un enorme vigor aún en 2019.
Sorteando de esta manera todos los intentos de regulación posteriores al crash, ha sentado las bases para nuevos colapsos
a gran escala, de efectos devastadores tanto para las mayorías populares como para
el sistema económico en su conjunto. Esta aparente paradoja, que encumbra al
pirómano a la categoría de bombero de un incendio de escala global, solo se
explica porque las finanzas no son un simple sector económico, un ámbito más de
acumulación. Al contrario, conforman un verdadero “modelo de organización social”, una “tupida red” que aglutina fenomenales intereses y que articula
agentes diversos con un peso específico extraordinario –solo en el ámbito
económico, el mercado financiero de Gran Bretaña alcanza 5 veces su PIB, 10 en
Suiza y 8 en EEUU–, y que se muestra permanentemente “concentrada en sus propósitos, leal a sus métodos y meticulosa en sus
procedimientos”. Demuestra así una muy notable resiliencia, aún en un momento
crítico en que se mezclan los ingredientes de todo un tsunami económico: ingentes
excedentes económicos, escasos espacios de reproducción de los mismos mercados
básicamente autorregulados.
De este modo, la
única vía para desmantelar este “régimen
social” es su completo desmantelamiento. Frente a tibias apuestas, dóciles
al sistema, que abogan por aumentar el grado de regulación de las finanzas –convertidas
en retórica al mostrarse incapaces de poner el cascabel al gato–, la única
respuesta posible desde una perspectiva emancipadora pasa por el control
público/social del dinero y de la creación de crédito. Esta sería una de las
premisas políticas fundamentales para evitar el horizonte de colapso que se nos
avecina, que bien pudiera reiniciarse en una crisis de la Eurozona, en la burbuja
inmobiliaria y liberalización financiera china, o en el incremento de la deuda
corporativa, entre otras muchas posibilidades.
Los párrafos
anteriores resumen las principales tesis que defienden los economistas Michael
Ash y Francisco Louça en su último libro, Sombras.
El desorden financiero en la era de la globalización. Los autores
desarrollan con brillantez las dinámicas históricas, políticas y económicas que
explican por qué las finanzas en la sombra han llegado a constituirse en el
epicentro del capitalismo, qué consecuencias podemos esperar en el futuro de
esta hegemonía manifiesta para, finalmente, indicarnos una senda de disputa que
necesariamente pasa por la desmercantilización y descorporativización de un
sector tan estratégico.
Esta ingente tarea
la abordan en base a un estilo cercano y relativamente sencillo. Pese a
tratarse de un tema habitualmente complejo, vinculado a un supuesto elitismo
intelectual, desarrollan los contenidos del libro con claridad y evidente
voluntad pedagógica. Vinculan hábilmente, de este modo, reflexiones teóricas y
tendencias estructurales con personas concretas, aterrizándolas en nombres y
apellidos, caras y cuerpos de quienes han tenido y tienen responsabilidades en
este proceso. Logran así aligerar sus análisis y afirmaciones, sin perder ápice
de rigor, con un enfoque entre académico y periodístico, aderezado además con múltiples
referencias cinéfilas que amenizan la lectura, a la vez que ejemplifican con
referentes compartidos la codicia inherente a este capitalismo tardío. Las
frases “el dinero mueve el mundo” de
Liza Minelli en Cabaret, o “la codicia es
buena”, del antihéroe Gordon Gekko de la películaWall Street de Oliver Stone, son buena muestra de ello.
Con estos mimbres,
Michael Ash y Francisco Louça, bien asentados sobre un prólogo de Boaventura
dos Santos y un epílogo de Daniel Albarracín y Manuel Garí –para la edición en
español–, desgranan a lo largo de más de 300 páginas los entresijos del
verdadero poder en la sombra. Para ello, utilizan el análisis del crash de 2007
y del sistema financiero estadounidense–este último génesis del proceso global–
como hilo conductor del libro, acercando así fenómenos de gran relevancia y
actualidad a nuestra realidad concreta.
Una realidad que
el libro expone en 13 capítulos, estructurados en 5 partes. En la primera, El mundo de las finanzas en la sombra, se
analiza la relación entre el último gran estallido financiero y las finanzas en
la sombra. Esta tipología específica se ha impuesto claramente en el siglo XXI a
una banca tradicional de carácter conservador, sostenida bajo patrones de
negocio basados en diferenciales de tipo de interés, baja inflación y relativa confianza
en la devolución de los préstamos. Al contrario, se posiciona un modelo
financiero, tanto bancario como no bancario –en una “sopa de letras” que combina nuevos y viejos agentes– que sustituye
al préstamo como forma de generación de dinero y crédito. Esta se sostiene
ahora fundamentalmente en negocios vinculados a productos derivados (futuros, créditos de impago de deuda, etc.), que se titularizan (se agrupan e insertan en el
mercado en forma de paquetes diversos), y que se apoyan en un marco de apalancamiento (que permite un ratio muy
alto entre el valor de los activos totales de una empresa comparado con su
capital propio). Este tipo de negocio ya representaba en 2008 más del 60% de la
transformación de crédito global.
En definitiva, cobra
fuerza un sistema mucho más complejo; que se instala en las sombras de la
desregulación al desparecer de los balances –convirtiendo mediante
titularización los pasivos en inversiones–; altamente especulativo, en base a
empresas con pies de barro, muy sensibles e interdependientes a mínimas
variaciones de los valores financieros; y muy vulnerable, a partir de mercados
supuestamente autorregulados, donde en realidad reina el desorden y las
asimetrías en la información. Es ahí donde se sitúa la génesis del crash de
2007, con crisis de las hipotecas
subprime como germen inicial.
En la segunda
parte, Quién decide, el capital o sus
desreguladores, los autores comienzan a desgranar cómo hemos llegado hasta
aquí, destacando el rol de agentes específicos. De este modo, y bajo el
principio de codicia como base del sistema capitalista, nos explican cómo se va
articulando una red que vincula fortunas familiares, nuevos negocios, figuras académicas
–desde el ultraliberal y monetarista Milton Friedman hasta Eugene Fama, que
desarrolló la teoría de los mercados
eficientes– y responsables de los bancos centrales, autónomos y favorables
a la autorregulación de los mercados, con Greenspan y Bernanke de la Reserva
Federal a la cabeza.
Continuando en el
análisis de la red la tercera parte, Plutocracia
y oligarquía, se centra en los procesos de generación de consenso entre las
élites a través de la educación y la captura política. Se expone así la maraña
de universidades, think tanks, fundaciones, etc., que, desde su origen en EEUU,
desarrollan una estrategia internacional de adoctrinamiento e incidencia
política, destacando su presencia en América latina y Europa. A su vez se
exponen, ejemplificados casos concretos, las lógicas de asalto a los mínimos
democráticos vigentes mediante puertas giratorias, clientelismo, corrupción y
lobby, que afectan indistintamente a élites de diferentes partidos –resaltan
así el papel del demócrata Clinton en el fin de la separación entre banca
comercial e inversión, por poner solo un ejemplo–.
Una vez definidos
los tentáculos de la red, la cuarta parte (La
telaraña del poder), pone de manifiesto su solidez actual, impidiendo que
se altere el modelo que combina pírricos sistemas oficiales de regulación con agencias
de calificación que supuestamente garantizan la autorregulación de los mercados,
pero que actúan de parte, al ser una pieza más de la lógica corporativa
financiera. Se blindan por tanto sus intereses, independientemente de los
riesgos sistémicos que estos atesoran.
Precisamente la quinta
y última parte, El mundo en que vivimos,
se proyecta hacia el futuro en un marco de inestabilidad definido por un “largo
estancamiento” o “capitalismo sin
crecimiento”. Abogan, por tanto, por desmantelar este opaco monstruo desde
la apuesta por su propiedad y control público.
Los autores logran
en definitiva una radiografía veraz del mundo en el que vivimos, así como de
sus protagonistas. No obstante, y pese a señalar en el prólogo que no es un
libro que pretende analizar el capitalismo en su integralidad, sí que hubiera
sido positivo remarcar y posicionar algunos aspectos y vínculos de las finanzas
para precisamente entender mejor el régimen social que el libro trata de explicar.
De
esta manera, y pese a que se apunta en algún momento, es estratégico que
situemos la economía en la sombra dentro de una lógica de onda larga. Esta no
podría explicarse sin la crisis de acumulación capitalista que inicia en los
70s y que aún no ha concluido. Es esta tendencia la que facilita y genera las
condiciones para el impulso de las finanzas especulativas como protagonista
hegemónico. Aunque no es la intención del libro, pareciera a veces que se prima
el principio de codicia y la actuación de diferentes agentes y actores como
explicación de la evolución histórica del capitalismo, sin incluir a su vez
este tipo de condicionantes más estructurales. De igual forma, tampoco se ha
tenido en consideración la evolución de la crisis hacia un fenómeno
civilizatorio, que pone en peligro la sostenibilidad de la vida. De este modo, el
libro es ajeno a asuntos hoy claves como el cambio climático, el agotamiento de
materiales y energía fósil, la crisis generalizada de reproducción social, o la
expectativa capitalista de superar este momento de crisis bajo la égida digital,
entre otros.
Sombras muestra ahí carencias, máxime cuando la correlación
entre finanzas y dos de las principales apuestas del capitalismo del siglo XXI
para iniciar una hipotética nueva onda larga expansiva –extractivismo y
economía digital– es innegable y estrecha.
El libro podría haber aportado así a la disputa contra el nuevo relato capitalista,
que señala que la economía del futuro será más colaborativa, desmaterializada y
horizontal. Al contrario, la tupida red de las finanzas participa en un régimen
social más amplio, en el que estas tienen un vínculo estructural con el asalto
de los territorios mediante megaproyectos (en un momento de disputa geopolítica
por energía y materiales), así como con la consolidación de mega-corporaciones big tech como vía de
inversión ante la falta de otras expectativas, ahondando en las lógicas de
mercantilización que nos llevan al desastre. La hegemonía de la economía en la
sombra se entiende mejor en este formato de rizoma dentro de un mismo
capitalismo articulado pero diverso –y en confrontación cupular–, que explicita
su relación no solo con la desigualdad y el autoritarismo, sino también con la
insostenibilidad y la violencia.
En
todo caso, el ejercicio de situar las finanzas en la sombra como eje del
capitalismo actual como régimen social, así como la propuesta de su
socialización, hacen de la lectura de este brillante y pedagógico libro un
ejercicio absolutamente recomendable y necesario.
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