9/11/19

Finanzas, las sombras que nos gobiernan (Reseña "Sombras. El desorden financiero en la era de la globalización" de Louça y Ash)

Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate, investigador de Paz con Dignidad-OMAL
Publicado en Le Monde Diplomatique, edición española


Las finanzas hegemonizan en la actualidad el desarrollo capitalista y suponen el principal paradigma de la globalización. En concreto, una tipología específica de generación de dinero y crédito acumula un poder sin parangón: las “finanzas en la sombra”. Superado el enfoque tradicional de banca, cimentada sobre beneficios obtenidos en función del diferencial de tipos de interés entre depósitos y préstamos, se impone hoy un sistema financiero opaco, desregulado y fuertemente especulativo, que impone su naturaleza al conjunto de la economía. Desorden, cortoplacismo, interdependencia y vulnerabilidad extrema caracterizan, de este modo, al capitalismo del siglo XXI. 


No obstante, y pese a su incidencia directa y más que probada en el grave estallido de 2007, el protagonismo de esta “economía en la sombra” no solo no ha menguado, sino que muestra un enorme vigor aún en 2019. Sorteando de esta manera todos los intentos de regulación posteriores al crash, ha sentado las bases para nuevos colapsos a gran escala, de efectos devastadores tanto para las mayorías populares como para el sistema económico en su conjunto. Esta aparente paradoja, que encumbra al pirómano a la categoría de bombero de un incendio de escala global, solo se explica porque las finanzas no son un simple sector económico, un ámbito más de acumulación. Al contrario, conforman un verdadero “modelo de organización social”, una “tupida red” que aglutina fenomenales intereses y que articula agentes diversos con un peso específico extraordinario –solo en el ámbito económico, el mercado financiero de Gran Bretaña alcanza 5 veces su PIB, 10 en Suiza y 8 en EEUU–, y que se muestra permanentemente “concentrada en sus propósitos, leal a sus métodos y meticulosa en sus procedimientos”. Demuestra así una muy notable resiliencia, aún en un momento crítico en que se mezclan los ingredientes de todo un tsunami económico: ingentes excedentes económicos, escasos espacios de reproducción de los mismos mercados básicamente autorregulados.


De este modo, la única vía para desmantelar este “régimen social” es su completo desmantelamiento. Frente a tibias apuestas, dóciles al sistema, que abogan por aumentar el grado de regulación de las finanzas –convertidas en retórica al mostrarse incapaces de poner el cascabel al gato–, la única respuesta posible desde una perspectiva emancipadora pasa por el control público/social del dinero y de la creación de crédito. Esta sería una de las premisas políticas fundamentales para evitar el horizonte de colapso que se nos avecina, que bien pudiera reiniciarse en una crisis de la Eurozona, en la burbuja inmobiliaria y liberalización financiera china, o en el incremento de la deuda corporativa, entre otras muchas posibilidades. 


Los párrafos anteriores resumen las principales tesis que defienden los economistas Michael Ash y Francisco Louça en su último libro, Sombras. El desorden financiero en la era de la globalización. Los autores desarrollan con brillantez las dinámicas históricas, políticas y económicas que explican por qué las finanzas en la sombra han llegado a constituirse en el epicentro del capitalismo, qué consecuencias podemos esperar en el futuro de esta hegemonía manifiesta para, finalmente, indicarnos una senda de disputa que necesariamente pasa por la desmercantilización y descorporativización de un sector tan estratégico. 


Esta ingente tarea la abordan en base a un estilo cercano y relativamente sencillo. Pese a tratarse de un tema habitualmente complejo, vinculado a un supuesto elitismo intelectual, desarrollan los contenidos del libro con claridad y evidente voluntad pedagógica. Vinculan hábilmente, de este modo, reflexiones teóricas y tendencias estructurales con personas concretas, aterrizándolas en nombres y apellidos, caras y cuerpos de quienes han tenido y tienen responsabilidades en este proceso. Logran así aligerar sus análisis y afirmaciones, sin perder ápice de rigor, con un enfoque entre académico y periodístico, aderezado además con múltiples referencias cinéfilas que amenizan la lectura, a la vez que ejemplifican con referentes compartidos la codicia inherente a este capitalismo tardío. Las frases “el dinero mueve el mundo” de Liza Minelli en Cabaret, o “la codicia es buena”, del antihéroe Gordon Gekko de la películaWall Street de Oliver Stone, son buena muestra de ello.


Con estos mimbres, Michael Ash y Francisco Louça, bien asentados sobre un prólogo de Boaventura dos Santos y un epílogo de Daniel Albarracín y Manuel Garí –para la edición en español–, desgranan a lo largo de más de 300 páginas los entresijos del verdadero poder en la sombra. Para ello, utilizan el análisis del crash de 2007 y del sistema financiero estadounidense–este último génesis del proceso global– como hilo conductor del libro, acercando así fenómenos de gran relevancia y actualidad a nuestra realidad concreta. 


Una realidad que el libro expone en 13 capítulos, estructurados en 5 partes. En la primera, El mundo de las finanzas en la sombra, se analiza la relación entre el último gran estallido financiero y las finanzas en la sombra. Esta tipología específica se ha impuesto claramente en el siglo XXI a una banca tradicional de carácter conservador, sostenida bajo patrones de negocio basados en diferenciales de tipo de interés, baja inflación y relativa confianza en la devolución de los préstamos. Al contrario, se posiciona un modelo financiero, tanto bancario como no bancario –en una “sopa de letras” que combina nuevos y viejos agentes– que sustituye al préstamo como forma de generación de dinero y crédito. Esta se sostiene ahora fundamentalmente en negocios vinculados a productos derivados (futuros, créditos de impago de deuda, etc.), que se titularizan (se agrupan e insertan en el mercado en forma de paquetes diversos), y que se apoyan en un marco de apalancamiento (que permite un ratio muy alto entre el valor de los activos totales de una empresa comparado con su capital propio). Este tipo de negocio ya representaba en 2008 más del 60% de la transformación de crédito global.


En definitiva, cobra fuerza un sistema mucho más complejo; que se instala en las sombras de la desregulación al desparecer de los balances –convirtiendo mediante titularización los pasivos en inversiones–; altamente especulativo, en base a empresas con pies de barro, muy sensibles e interdependientes a mínimas variaciones de los valores financieros; y muy vulnerable, a partir de mercados supuestamente autorregulados, donde en realidad reina el desorden y las asimetrías en la información. Es ahí donde se sitúa la génesis del crash de 2007, con crisis de las hipotecas subprime como germen inicial. 


En la segunda parte, Quién decide, el capital o sus desreguladores, los autores comienzan a desgranar cómo hemos llegado hasta aquí, destacando el rol de agentes específicos. De este modo, y bajo el principio de codicia como base del sistema capitalista, nos explican cómo se va articulando una red que vincula fortunas familiares, nuevos negocios, figuras académicas –desde el ultraliberal y monetarista Milton Friedman hasta Eugene Fama, que desarrolló la teoría de los mercados eficientes– y responsables de los bancos centrales, autónomos y favorables a la autorregulación de los mercados, con Greenspan y Bernanke de la Reserva Federal a la cabeza. 


Continuando en el análisis de la red la tercera parte, Plutocracia y oligarquía, se centra en los procesos de generación de consenso entre las élites a través de la educación y la captura política. Se expone así la maraña de universidades, think tanks, fundaciones, etc., que, desde su origen en EEUU, desarrollan una estrategia internacional de adoctrinamiento e incidencia política, destacando su presencia en América latina y Europa. A su vez se exponen, ejemplificados casos concretos, las lógicas de asalto a los mínimos democráticos vigentes mediante puertas giratorias, clientelismo, corrupción y lobby, que afectan indistintamente a élites de diferentes partidos –resaltan así el papel del demócrata Clinton en el fin de la separación entre banca comercial e inversión, por poner solo un ejemplo–.


Una vez definidos los tentáculos de la red, la cuarta parte (La telaraña del poder), pone de manifiesto su solidez actual, impidiendo que se altere el modelo que combina pírricos sistemas oficiales de regulación con agencias de calificación que supuestamente garantizan la autorregulación de los mercados, pero que actúan de parte, al ser una pieza más de la lógica corporativa financiera. Se blindan por tanto sus intereses, independientemente de los riesgos sistémicos que estos atesoran.

Precisamente la quinta y última parte, El mundo en que vivimos, se proyecta hacia el futuro en un marco de inestabilidad definido por un  largo estancamiento” o “capitalismo sin crecimiento”. Abogan, por tanto, por desmantelar este opaco monstruo desde la apuesta por su propiedad y control público.

Los autores logran en definitiva una radiografía veraz del mundo en el que vivimos, así como de sus protagonistas. No obstante, y pese a señalar en el prólogo que no es un libro que pretende analizar el capitalismo en su integralidad, sí que hubiera sido positivo remarcar y posicionar algunos aspectos y vínculos de las finanzas para precisamente entender mejor el régimen social que el libro trata de explicar. 


De esta manera, y pese a que se apunta en algún momento, es estratégico que situemos la economía en la sombra dentro de una lógica de onda larga. Esta no podría explicarse sin la crisis de acumulación capitalista que inicia en los 70s y que aún no ha concluido. Es esta tendencia la que facilita y genera las condiciones para el impulso de las finanzas especulativas como protagonista hegemónico. Aunque no es la intención del libro, pareciera a veces que se prima el principio de codicia y la actuación de diferentes agentes y actores como explicación de la evolución histórica del capitalismo, sin incluir a su vez este tipo de condicionantes más estructurales. De igual forma, tampoco se ha tenido en consideración la evolución de la crisis hacia un fenómeno civilizatorio, que pone en peligro la sostenibilidad de la vida. De este modo, el libro es ajeno a asuntos hoy claves como el cambio climático, el agotamiento de materiales y energía fósil, la crisis generalizada de reproducción social, o la expectativa capitalista de superar este momento de crisis bajo la égida digital, entre otros. 


Sombras muestra ahí carencias, máxime cuando la correlación entre finanzas y dos de las principales apuestas del capitalismo del siglo XXI para iniciar una hipotética nueva onda larga expansiva –extractivismo y economía digital– es innegable y estrecha.  El libro podría haber aportado así a la disputa contra el nuevo relato capitalista, que señala que la economía del futuro será más colaborativa, desmaterializada y horizontal. Al contrario, la tupida red de las finanzas participa en un régimen social más amplio, en el que estas tienen un vínculo estructural con el asalto de los territorios mediante megaproyectos (en un momento de disputa geopolítica por energía y materiales), así como con la consolidación de mega-corporaciones big tech como vía de inversión ante la falta de otras expectativas, ahondando en las lógicas de mercantilización que nos llevan al desastre. La hegemonía de la economía en la sombra se entiende mejor en este formato de rizoma dentro de un mismo capitalismo articulado pero diverso –y en confrontación cupular–, que explicita su relación no solo con la desigualdad y el autoritarismo, sino también con la insostenibilidad y la violencia. 


En todo caso, el ejercicio de situar las finanzas en la sombra como eje del capitalismo actual como régimen social, así como la propuesta de su socialización, hacen de la lectura de este brillante y pedagógico libro un ejercicio absolutamente recomendable y necesario.

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