1/2/10

La teoría de las ondas largas de acumulación y los debates en litigio

Daniel Albarracín, 2009 
Desencajes empíricos para la teoría de las ondas largas.
La teoría de las ondas largas ha constituido un modelo de interpretación del desarrollo capitalista de la acumulación muy fecundo y que ha permitido durante mucho tiempo comprender el curso de la economía internacional. La acumulación capitalista observaba una correlación muy estrecha con la evolución de la tasa de rentabilidad. Ernst Mandel (1972) planteó un modelo abierto que incorporaba factores sociales y políticos, en el que la lucha de clases estaba en el centro, que se articulaban con factores técnicos y económicos, y que ayudaba a interpretar cómo la evolución de la acumulación capitalista formaba tanto ciclos industriales de medio plazo, como ondas largas que suponían fases de prosperidad a las que sucedían fases depresivas con cierto grado de automaticidad. La teoría también explicaba que si bien el paso a una fase depresiva era prácticamente endógena, el paso a una fase de prosperidad dependía de factores diversos no automáticos como podrían ser factores de luchas sociales, guerras, cambios políticos y laborales, aparición de nuevos mercados, materias primas o sistemas técnicos de producción, situaciones que, en suma, podían traducirse en cambios en la formación estructural de la tasa de rentabilidad, o en su propia evolución.
El capitalismo habría atravesado tres grandes ondas largas. Estaríamos en la última de todas ellas, la cuarta o capitalismo tardío. En general, cada una de ellas habría tenido una duración de unos 50 años, con unos 25 años de prosperidad a los que sucedían otros tantos de depresión. Pero, a la luz de los hechos hay ciertas cuestiones que no resuelve bien la teoría:
  • El capitalismo tardío en la actualidad tiene una duración en torno a 60 años.
  • Las tasas de rentabilidad en los últimos 25 años no han descendido, sino al contrario.
  • Las tasas de acumulación mundiales, aun evolucionando con menos vigor que en décadas anteriores, siguen siendo fundamentalmente positivas, solo cabe hablar de ralentización. Los datos muestran una acumulación importante en los países asiáticos y los nuevos emergentes, compensando en gran parte el retroceso en EEUU, Japón y Europa.
  • Entonces, ¿en qué fase de la onda nos hallamos?. ¿Puede hablarse de un ritmo sincronizado y unitario de la onda larga en curso a nivel mundial?. En cualquier caso, los flujos de inversión del capital occidental están orientándose hacia Asía, principalmente. Puede afirmarse que allí las tasas de rentabilidad son muy superiores –en China, en torno al 15%-, aunque eso no impide que a través de precios de transferencia muy ventajosos sean los capitales occidentales los que aprovechen y retornen las plusvalías obtenidas allí.
  • Hay un distanciamiento entre la evolución de las crecientes tasas de rentabilidad y el ritmo de acumulación. Las interpretaciones de este “desacople” apuntan a diferentes razones, unas parciales, otras poco consistentes y otras sin contrastar lo suficiente. Se habla de financiarización, consumo del capital rentista, consumo improductivo, y políticas de racionalización de la inversión ¿pero qué importancia y papel tienen cada una de ellas?. ¿Cómo debemos medir la rentabilidad y la acumulación?. ¿Qué escala es la más apropiada, la de un país, la de un amplio mercado regional, o a nivel mundial?. ¿Hay una formación diferenciada de tasas de rentabilidad?. ¿Qué actores son los principales extractores de plusvalía?. ¿Hay mecanismos añadidos de apropiación de la plusvalía?. ¿Cuál es la tasa de reinversión de la plusvalía hoy día y qué papel juega el consumo improductivo de ésta?. ¿Puede el consumo no basado en la inversión ni en los salarios ser un sustitutivo eficaz y ampliamente suficiente como factor de demanda en la reproducción del ciclo del capital?.

  • Se han producido grandes cataclismos políticos como la implantación de políticas de ajuste estructural y salarial a nivel internacional, la caída del bloque del Este, la emergencia de países con capacidad de abrirse enormes huecos en los mercados mundiales (China –que representa el 12% de la economía mundial y recibe el 7% de la inversión internacional (citado en Husson, M.;2009:33)-, India, Rusia, Brasil, sudeste asiático, etc…), la aparición de nuevos aparatos de coordinación e intervención supranacional (G-20, FMI, BM, OMC, etc…). En suma, una nueva “formación sociohistórica” caracterizada por la mundialización integrada y transnacionalizada del capital. Claudio Katz y Michel Husson apuntan que esta mundialización integrada está caracterizada por el caos del mercado mundial. Mientras que Katz atribuye como causa del desorden a una desproporción económico-sectorial mundial, Husson enfatiza la competencia intercapitalista como factor de anarquía, advirtiendo de las tentaciones de repliegue nacionalista.
  • Ha emergido un fenómeno, cuya influencia y caracterización es complejo de determinar y dimensionar, como es el de la financiarización. ¿Es la financiarización la causa del desacople entre rentabilidad y acumulación?. Si es así, ¿cómo coadyuva a distanciarlas?.
  • A su vez, la economía en su desarrollo mundializado ha observado el ascenso decisivo de las corporaciones transnacionales, que no mantienen necesariamente raíces de intereses en un solo país, y cuyos accionariados y gerencias constituyen grupos oligárquicos y aliados de diferentes procedencias.
  • Asimismo, parece comprobarse que se está generando una dualización en las economías. Por un lado, una ligada a los mercados locales o nacionales, y otra transnacionalizada, que contribuyen a formar una tasa de rentabilidad dual. Una tasa de rentabilidad de la producción y distribución transnacional y otra a escala más local.
  • De hecho, se comprueba que la igualación de las tasas de ganancias entre sectores es sólo una tendencia. Dicha tendencia sigue un recorrido con numerosos tabiques, que también contribuyen a explicar muchos desequilibrios temporales. Viéndolo como un ciclo de sectores interconectados también podemos comprobar cómo hay una primacía de ciertos sectores que ocupan lugares prevalentes sobre otros, y que son, durante el ciclo álgido de sus productos, los favoritos del capital transnacional. Los sectores financieros (D-M) y de distribución (M-D’) presiden el ciclo del capital para ser los intermedios, los productivos (M-Fp,Cc y P-M) –diseño industrial, industria pesada y ligera), los que se supeditan.
  • Las nuevas instituciones mundiales, y los nuevos bloques económicos que están detrás, han instrumentado fórmulas para derivar la crisis, por un lado hacia los países del Sur, y por otro lado con medidas, como el endeudamiento, capaces de derivar al futuro los problemas durante más tiempo del sospechado.
  • Por otro lado, las relaciones y posiciones de las economías nacionales no responden siempre bien a un modelo centro-periferia. Han aparecido semiperiferias de diverso corte, unas en ascenso y otras en retroceso. Los BRIC serían un claro ejemplo.
  • El ciclo de la rotación de capital es diverso en cada país. En términos generales su duración es más rápida. Además, el ciclo industrial de medio plazo tiene una duración diferente según la posición internacional del país.
Sobre la agonía del capitalismo tardío y una posible nueva onda larga.

Exploremos hipótesis de investigación sobre algunas problemáticas anteriores. En relación a la prolongación de la última onda larga, de la que se constata una duración en torno a 60 años, caben diferentes explicaciones.
Una primera tesis se inclinaría a negar la propia teoría de las ondas largas (Chris Harman, por ejemplo). Algunos marxistas hace tiempo que la consideran no sólo un modelo falso sino también contraproducente, tanto por su irrealismo como por su determinismo. Por el contrario, estos autores se acogen a la teoría de la caída de la tasa de ganancia sin más. Sin embargo, las evidencias empíricas señalan que la tasa de rentabilidad no ha dejado de recuperarse en las últimas décadas. A lo cual se contesta con debates metodológicos para negar las estadísticas oficiales. Debemos responderles que la ley sigue una línea tendencial, y parece que en este período se han dado factores de contratendencia muy importantes (retroceso movimiento obrero, aumento tasa de explotación, políticas neoliberales, etc…).
Una segunda tesis, como la de Claudio Katz, sugeriría más bien una teoría de largas etapas. Según esto, en la década de los 80 se ha inaugurado una nueva etapa que responde a un nuevo perfil de mundialización integrada del capital transnacional. En esta etapa se recuperan las tasas de rentabilidad. Pero no sin dejar de aparecer nuevas contradicciones sistémicas. En particular, un conjunto de desproporciones sectoriales internacionales, o la financiarización, que deben analizarse sin sujeción a modelos preestablecidos.
Otra tercera plantea la teoría de las ondas largas como un modelo abierto. No puede determinarse a priori una duración exacta de las ondas largas. En efecto, se detectan cambios importantes en el capitalismo, en el desarrollo de las luchas de clases, para poder asumir una prolongación de esta última onda. Una prolongación que responde a nuevas circunstancias con potenciales condiciones para una nueva fase (aparición de nuevos mercados, ascenso de la tasa de explotación, movilidad plena del capital, relocalizaciones que moderan y distribuyen mundialmente la evolución de la composición orgánica del capital). La potencial nueva fase de prosperidad no tiene porque darse como inaugurada. Aunque la tasa de rentabilidad se ha recuperado sustancialmente, las tasas de acumulación crecen a un ritmo menor; su ritmo está lejos de las espirales crecientes que sostenían etapas de auge anteriores. Además, han aparecido contradicciones nuevas, como la cuestión de la hipertrofia de las finanzas internacionales, las disputas multilaterales, la caída de la evolución de la productividad general, o el retroceso prácticamente ineluctable del salario relativo desde los 70, que impiden confirmar una nueva fase de prosperidad.

¿Qué sucede con la onda larga en curso?.

En cualquier caso, la polémica radica en explicar dicha distancia entre rentabilidad y acumulación. Las políticas de “dar valor al accionista” (y al prestamista), que detraen mayor proporción del excedente hacia dividendos e intereses, entraña la traducción práctica de política corporativa empresarial que lo materializa. Aquí debemos apuntar a un endurecimiento de las condiciones laborales, que se han concretado tanto en el decremento del salario relativo (y de todas sus formas institucionales: salario directo, indirecto y diferido, así como en los derechos sociales de todo tipo) como en una mayor exigencia de productividad racionalizadora –por la vía de la contención y minimización de costes, de restricción en la creación de empleo, y no de maximización productiva-. También, ni que decir tiene, hay sobrados indicios de un crecimiento del consumo improductivo de la plusvalía, visible en nuevos estilos ostentosos y opulentos de vida, y que son manifestación de cierta recomposición y mayor desigualdad social entre clases. Pero no agotan éstos puntos todas las razones que puedan informar de esa brecha.
En nuestra opinión, la financiarización encierra un síntoma de dicha brecha, pero cuyas causas, al menos, deben incluir dos razones más. Por un lado, que las grandes corporaciones transnacionales cotizantes en bolsa, y sociedades de inversión de éstas, se aprovechan de otros capitalistas y pequeños ahorradores en los mercados financieros –como coadyuvantes a una reapropiación de la plusvalía extraída globalmente hacia una élite capitalista-. Por otro, que el ascenso de la financiarización es síntoma también de nuevas dinámicas de movilidad del capital, que se comprueban en la reorientación masiva de los capitales hacia los mercados emergentes, y consiguientes posibilidades de relocalización empresarial. En dichos mercados se están dando condiciones de explotación social, facilidades para las alianzas con las oligarquías y burocracias de aquellos países, y condiciones de alta rentabilidad productiva, arancelaria y fiscal con posibilidad de retornar altos excedentes hacia el origen de las inversiones.
¿Pero con estos nuevos mercados emergentes y la creciente rentabilidad del capital estamos en una nueva onda larga?. No creemos que esto sea así, porque aunque se hayan recuperado las tasas de rentabilidad no se comprueba una espiral creciente y sostenida de las tasas de acumulación mundial –como en todos los comienzos de ondas largas-. No se observa una nueva renovación industrial-tecnológica con propósitos expansivos; es cierto que hay enormes avances científicos y nuevas aplicaciones e inventos, pero las aplicaciones industriales de éstos se seleccionan para racionalizar costes, no para un crecimiento masivo. De hecho, los cambios que se darán en la inevitable transición energética son más producto de la obligación a regañadientes por el fin de las energías fósiles que porque vayan a propiciar más rendimiento económico, etc…. Una posible pregunta es si asistimos en función del área de mercado de la que tratemos a diferentes comportamientos asincrónicos –pero complementarios- de “ondas largas regionales”. Pero aún siendo así, no hay pruebas de desconexión entre mercados, sino supeditación entre ellos. ¿Quizá los principales beneficiarios de las ganancias están posiblemente en lugares diversos de donde éstas se producen?. Parece una hipótesis que no podemos descartar. Y, en cualquier caso, esa asincronía y relativa “prosperidad” asiática ni es autónoma, ni está exenta de enormes tensiones socioeconómicas internas e internacionales, ni es suficiente por sí misma para relanzar el capitalismo mundial.
Estamos inclinados a pensar que el capitalismo tardío se prolonga en una larga agonía. Bien es cierto que hay nuevas condiciones de desarrollo, y que hay potencialmente condiciones para un cambio en la pauta de acumulación. Pero, por ahora, no nos encontramos ante ninguna nueva fase de prosperidad. La tasa de acumulación sigue en positivo pero no sin ralentizarse; la distribución del ingreso se sigue deteriorando y con él las condiciones de vida y aumentan los conflictos; la legitimidad del capitalismo se cuestiona una y otra vez ante nuevos problemas sociales y contradicciones que no puede resolver. Deben producirse importantes conflictos sociopolíticos para ver si el capitalismo se recupera y se renueva, o si es la humanidad la que sigue degradando sus condiciones de vida. Esto segundo es el escenario más verosímil, de seguir la misma inercia. Pero lo más cierto, es que estos escenarios dependen estrictamente de las luchas de clases. Y que el escenario por el que los y las revolucionarias deben luchar es por el de la transformación global, por derrumbar los privilegios burgueses, y de poner en pie nuevas instituciones dirigidas por gobiernos de los y las trabajadoras, bajo un sistema de control y democracia participativa, y una economía socialista al servicio de las necesidades sociales consciente de los límites ecológicos.
En suma, esta situación entre la crisis de acumulación y la decadencia civilizatoria –ecológica, energética, política, alimentaria, y económica- no tiene porque impedir una larga vida al capitalismo, por desgracia para la mayoría. Una larga vida en degradación si la correlación de fuerzas no varía. Pero tampoco es imposible una larga vida con una nueva etapa prosperidad para una burguesía transnacional, si se produce una derrota histórica más profunda si cabe de las clases dominadas. Nosotros confiamos en que las circunstancias no se hagan tan difíciles para las fuerzas sociales antagonistas y que reconstruyamos una subjetividad organizada que haga posible una transformación del sistema político, social y económico de manera definitiva.

La coyuntura de la crisis a finales de 2009.

Otro problema planteado cuando se trata de analizar la crisis consiste en que la evolución de la tasa de acumulación mundial está relativamente lejos del decrecimiento. Es verdad que hay crisis, y en cada país hay una forma concreta en la que se manifiesta. Los países tradicionalmente en desarrollo han embarrancado, y puede que su evolución está marcada por el estancamiento a la japonesa a largo plazo. Pero en Asia, las cosas son muy distintas, y lo compensan en parte, lo que impide hablar de “desacople”. Y aunque la corrección está siendo muy severa, y posiblemente nos encontremos con nuevas recesiones que descarten una recuperación firme, tampoco podemos afirmar que estemos ante una depresión en forma de derrumbe. Además, como plantea Bruno Jetin, ¿qué significa crisis de acumulación?. ¿Una evolución negativa, una evolución a un ritmo cada vez más lento, una evolución inferior a la época de posguerra, crecer menos que un valor determinado?. ¿Es comparable la situación de principios del siglo XX y de comienzos del XXI?. No está claro. Si seguimos el ritmo de la crisis también se nos plantean nuevas preguntas. Lo que parecía iba a ser una gran depresión está atemperando su gravedad. ¿Por qué?. Pues porque hay un conjunto de factores inéditos que se están produciendo a nivel político, de coordinación de políticas económicas.
Es conveniente evitar tentaciones de comparar la coyuntura actual con el ciclo político y económico de los años 30. Ahora se ha dado una mayor intervención y más ágil de los Estados, con una mayor contundencia y coordinación global, mayor internacionalización y asociación de los capitalistas a nivel mundial. El FMI se ha erigido en administrador mundial de las finanzas. Al contrario de los años 30, hay un predominio del libre comercio frente al proteccionismo. Por otro lado, frente a una gran polarización política, la presencia de un bloque soviético, y la fuerza del movimiento obrero europeo, lo más extendido son movimientos reactivos y racistas en los países del Norte con apenas conatos de resistencias sociales progresistas enfrente, la aparición de nuevas superpotencias emergentes, un nuevo modelo de gobierno más diplomático en EEUU con Barack Obama, y la aparición de actores reformadores en países de América Latina como Venezuela, Bolivia o Ecuador. Nunca antes como ahora se había producido una sincronización, aunque sólo sea parcial y débil, de las políticas económicas de los países más importantes del mundo, tal y como se intenta en las reuniones del G-20. Nunca antes países emergentes estaban presentes con influencia en estos foros.
Una vez más se ha apostado por coordinar, principalmente, rescates al sistema financiero y a las industrias básicas, o, secundariamente, aumentado impuestos a la clase trabajadora o exonerando a la burguesía, y desarrollando políticas monetarias expansivas a escala internacional hasta el máximo posible –de hecho estamos entrando en situaciones de trampa de la liquidez bien claras-, desarrollando estímulos fiscales de este tipo, sobre todo en beneficio del capital.
Parece que el pacto parte de asumir que el déficit fiscal es inevitable durante unos años, que los Pactos de Estabilidad han realizado un paréntesis. Hay un consenso internacional en activar al Estado como salvador de las grandes empresas y bancos, en blindar su futuro mientras se realiza el ajuste en el tejido productivo en forma de empleos, salarios y empresas destruidas. Más adelante vendrán los incrementos de impuestos y recortes de servicios públicos y políticas sociales. Esta parece ser la agenda de la burguesía de los principales países del mundo (G-20).

Una nueva formación sociohistórica mundializada?.

Cabe afirmar que el mercado mundial está más integrado que nunca, el mundo funciona más parecido que nunca al escenario vaticinado por Marx. En él las corporaciones transnacionales juegan un papel fundamental, y son capaces de influir en organismos internacionales y Estados, a veces con más sintonía de lo que cabría esperar en un escenario de rivalidad competitiva. Se trata no obstante de una sintonía difícil en el marco de una nueva división internacional del trabajo. Mientras, los sujetos antagonistas van articulándose lentamente y resistiendo débilmente.
El proceso de producción se ha mundializado, y los capitales transnacionales han atribuido a una amplia gama de países emergentes la responsabilidad de configurarse como la nueva fábrica del mundo, produciendo bienes manufactureros. En los países aventajados, o en países de su confianza, se concentran el diseño industrial y la distribución comercial final -las fases estratégicas- así como determinadas fases de producción esenciales, que garantizan control y extracción de plusvalía con mayor eficacia y eficiencia. Algunos países periféricos son objeto de expoliación de sus materias primas a bajo precio.
Toni Negri nos habló de la formación de un Imperio. Más allá de las veleidades del filósofo, había algo de razón. El capital transnacional se alía entre sí, haciendo cómplices a políticos de grandes gobiernos y a representantes de organismos supranacionales muy influyentes. El capitalismo multilateral que se nos mostraba como una nueva contradicción puede no ser tan benigno. En efecto, podemos estar posiblemente ante un nuevo concierto internacional basado en un tipo de competencia cooperativa desde arriba, con pactos entre las grandes potencias con economías relativamente complementarias. Acuerdos que favorecen a las clases dominantes respectivas frente al conjunto de la clase trabajadora internacional. Aunque está por dirimirse qué tipos de alianzas y rivalidades intercapitalistas se van a plasmar, y en esta definición no estará al margen el conflicto entre clases, también por desenvolverse.
Tal y como señala Katz, más que un declinar de EEUU y de Europa en paralelo a una sustitución por China como superpotencia hegemónica, estaríamos sólo ante una cierta crisis de dominación de EEUU. A pesar de su recesión, desequilibrios, descrédito y fracasos, los flujos capitalistas siguen confiando en EEUU como guardián económico. Por otro lado, EEUU es la cabeza insustituible del imperialismo mundial en tanto que desempeña un papel protector de la burguesía mundial.
Mucho se habla de China ¿pero es realmente un sustituto de EEUU como este lo fue al sustituir al Reino Unido y este, antaño, a Francia?. China arroja ratios de crecimiento extraordinarios –un 9,5% anual medio en los últimos años-, representa un voluminoso mercado, y su régimen capitalista de Estado ha conseguido que las ventajas absolutas (Shaikh, A.) chinas no encuentren parangón. China protagoniza la financiación de la deuda pública y el déficit comercial estadounidense. Estos constituyen rasgos inequívocos de la significación de China.
Pero China, aunque ya está condicionando seriamente las formas de hegemonía mundial, no puede ejercer ese papel por sí sola. China se ve sometida a la fuerza y la influencia de EEUU, aceptando unos tipos de cambio para el yuán que le desfavorecen, dejándose llevar por las condiciones de la superpotencia. Quizá sea por algo a cambio, como su incorporación a las grandes citas internacionales, la entrada en numerosos mercados y su legitimación ante el mundo. China, por otro lado, consigue su escala de competencia merced a unas aberrantes tasas de explotación, un subconsumo alarmante de la mayoría de su población –salvo un pequeño segmento del 15% que llega a estilos de consumo casi occidentales, pues el consumo sólo representa en China el 37% de su PIB (Husson, M.; 2009:40)- y unos niveles de austeridad y ahorro difícilmente sostenibles sin un régimen de represión antidemocrático. Quizá la burocracia y los capitalistas chinos estén conformes con sus alianzas con el capital internacional, pero son tan dolorosas las condiciones para la población –especialmente los migrantes interiores y la población rural- que no parece que sea posible mantenerlas sin fuertes conflictos sociales.
Nota al pie: Ante el fin de ciclo de las energías fósiles la humanidad se encuentra en el atolladero de tener que sustituirse esta base energética por otra. Las necesidades humanas globales y la viabilidad del planeta exigen un modelo basado en energías renovables y tecnologías mucho más limpias e inclusive un nuevo estilo de vida menos consumista y un sistema productivo menos despilfarrador y consumidor de materias primas. En cambio, las corporaciones capitalistas están interesadas en dosificar el negocio del petróleo hasta el momento que sean rentables otras bases, sean mediante un mix (en el que las renovables serán ya monopolio del capital privado), en el que se baraja la prolongación de la vida útil de centrales nucleares y la extensión de centrales térmicas de ciclo combinado, en el que las condiciones climáticas y de las necesidades sociales prácticamente serán un magnífico pretexto para un nuevo negocio.

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