Daniel Albarracín 28/03/2017.
La Unión Europea lleva años en una fase de
bloqueo para cualquier reforma de calado. Esta se mueve conjugando una tensión
retórica tecnocrática y federalista, que procura de algún modo legitimar a la
institución -sobre todo a la Comisión-, y una realidad palmaria
intergubernamental que hace del revuelo ganancia de pescadores (Alemania),
plasmada en la parálisis del Consejo. Al mismo tiempo, la Unión Europea, y el
Eurogrupo en particular, juega el papel de espacio de concertación de las
oligarquías europeas, que se amparan en sus orientaciones para justificar
políticas de gobierno propicias a la austeridad social, el sostenimiento del
sistema financiero privado y la mercantilización. La Unión Europea, entre la
institucionalidad más innovadora y el espacio práctico de colaboración de las clases
dominantes, legitima así la política de los gobiernos favorables a la depresión
salarial y el socorro público a las corporaciones privadas, sin embargo,
cualquier otra iniciativa de importancia se ve sujeta por la esclerosis
institucional europea.
Los inesperados fenómenos que vienen
sucediendo no podían preverse en su concreción, pero la tensión bajo el suelo
desde tiempo que se estaba presentando. Más allá de la parálisis política y la
verborrea eufemística acostumbrada, la tectónica de placas social, económica y
medioambiental presionan hacia movimientos sísmicos que están desbordando el
status político en vigor.
Cuando una estructura o una institucionalidad
son inconsistentes se rompen por sus eslabones más frágiles. Cuanto menos son cinco
los puntos débiles de la arquitectura de lo que hoy entendemos como Unión
europea.
1. Los cinco
puntos frágiles de la cadena.
·
En primer lugar, como espacio de concertación de las clases
dominantes, ha mostrado el fracaso,
desde arriba, en la capacidad de coordinar
los intereses de todas las fracciones de las clases dominantes de cada país.
Secciones de la burguesía que no se mueven a escala europea o supranacional no
han encontrado en la Unión Europea más que un lastre, en tanto que las reformas
realizadas y las ayudas revertidas han recaído fundamentalmente en las capas empresariales
oligopólicas y/o transnacionales agrícola, industrial o financiera vinculadas a
la construcción del mercado único europeo. Todo el liderazgo económico e
influencia de presión de la que han disfrutado las transnacionales industriales
y financieras, lo han sentido como desdén otros sectores económicos.
·
En segundo lugar, una crisis de
indiferencia, distancia y legitimación. Las clases populares y trabajadoras
europeas han sentido las políticas de austeridad social, privatización de
servicios públicos y deterioro de las garantías democráticas. Dependiendo de la
posición del país o la región, centro, periferia Este o periferia mediterránea
(más Irlanda), la intensidad de la desprotección social y laboral y la
depresión salarial, se ha experimentado de manera más o menos fuerte. Mientras se
creció, aun cuando el capital ficticio creado siente las bases para la mayor
crisis financiera que se conocerá, la legitimidad de la UE se sostuvo de algún
modo entre los sectores sociales integrados. Cuando la tasa de beneficio efectiva
(tasa de rentabilidad menos costes financieros) descendió empezó a quedar en
entredicho. El paro en vastas regiones y la precariedad del empleo aplastaron
las expectativas del mundo del trabajo y, por tanto, de las mayorías sociales,
especialmente en la periferia. De ahí nacen los motivos de los movimientos
interiores de población por la búsqueda de empleo. De toda la crisis social
mundial, aún más grave, se produce una situación de movimiento de migrantes forzados
que se está empleando para crear una crisis humanitaria de fronteras generando
miedo social injustificado. Se pone así en tela de juicio tanto el principio de
libre circulación de personas en la propia UE, como se ha construido unas
relaciones con países vecinos para que hagan de guardianes de frontera.
De los dos motivos de crisis anteriores,
articulados con la asimilación
socialiberal de la socialdemocracia como fuerza legitimadora del
establishment y la ausencia de un sujeto político transformador y alternativo,
proviene el factor de atracción del populismo nacionalista autoritario y
xenófobo. Por otra parte, también se alimenta de otras frustraciones,
fragmentaciones y temores: el miedo de la clase trabajadora a tener que
compartir recursos o empleos con migrantes (de los Países del Sur más al Sur de
Europa, del Este y del Sur de Europa), y el señalamiento de nuevos enemigos
exteriores -que realmente se han cultivado en nuestro interior-, y que se han
caricaturizado y simplificado en la figura del Islam.
·
La tercera, la hipertrofia
financiera, vinculada a fenómenos económicos de fondo: el formidable
volumen de capital ficticio existente que no podrá valorizarse y que acabará
destruyéndose más tarde o más temprano.
Hoy por hoy, el frágil consenso de las clases
dirigentes pasa por recuperar la tasa de beneficio mediante la presión sobre
los salarios, condiciones laborales (y una dualidad de empleos a tiempo
completo, con una extensión del empleo a tiempo parcial a la carta e
inestable), servicios públicos y derechos sociales; descartan desinflar el
balón de deuda de manera ordenada (una deuda que sigue pesando sobre las
espaldas de trabajadores y contribuyentes netos reales -lo que supone que no
están entre ellos fundamentalmente las grandes corporaciones y fortunas
privadas, que evaden fiscalmente de manera masiva-), y que a nuestro juicio
debiera recaer sobre acreedores y accionariado, principalmente. Varias
manifestaciones del fenómeno: crisis bancaria, crisis de la deuda privada y
pública, y la crisis hipotecaria. Desde entonces, no han cesado de imponerse
unas políticas monetarias extravagantes.
El Banco Central Europeo generalizó la
política más ultraexpansiva que jamás se ha conocido (orientada a sostener las
cuentas de la banca privada, no para animar ni la economía ni el bienestar
social) a pesar de los registros japonés y estadounidenses. Lo que ha hecho
posible que el nuevo ciclo periódico aliviase la dinámica de acumulación, sin
lograr zafarse de la amenaza de la deflación, y con unos niveles de producción e
inversión inferiores a la situación anterior a la Gran Recesión. La crisis
financiera se ha contenido, por el momento, señalándose procesos de
desendeudamiento significativo, gracias a la mini-reactivación o “efecto rebote
cíclico” (que tuvo su momento álgido en 2016 y ya ha realizado su inflexión). Si
bien estamos lejísimos de espantar el riesgo de una nueva y próxima recesión,
que, ante las patadas hacia adelante dadas en este periodo, será mucho más dura.
Su potencial destructor se presenta con apenas dos muestras: el de la banca
italiana -que ha exigido un nuevo rescate (bail-out) del Estado italiano,
contra toda reglamentación europea-, y el Deutsche Bank. En vez de presentar
una política decidida que revierta los fundamentos para desactivar
ordenadamente ese capital ficticio, no, tenemos una nueva línea dibujada de
socialización de las deudas. Esta vez sería a la escala europea, con lo que
podría significar una segunda fase de la Unión Bancaria (tras algunos bail-in
en la periferia) y la formación de un Fondo Monetario Europeo a partir de
varios gigantescos instrumentos financieros (por ejemplo, el MEDE), que a su
vez serviría de látigo financiero para imponer la austeridad en países de “una
segunda velocidad”, haciendo caer sobre ellos todo el peso del espíritu del
Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
Todo ello, bajo un Sistema Euro (Michel
Husson) que, como maquinaria de exportación de la crisis del centro a la
periferia, también resulta incapaz de contener la decadencia de la capacidad de
acumulación capitalista.
·
Quizá lo más relevante en términos históricos sin duda alguna, la
tendencia, una vez que se agote la prórroga del fracking y otras formas de extracción agresiva, a que la energía
fósil se encarezca de manera irreversible. Cuando eso suceda, la combinación de
bajas tasas de rentabilidad, altos costes financieros y de materias primas, la
Gran Recesión nos parecerá una broma. Esta crisis será más dura en Europa, por
su alta dependencia energética y porque los beneficios que permiten las
prórrogas extractivas (suicidas, en cuanto al caos climático al que contribuyen,
pero también de escaso recorrido) y la consiguiente rebaja temporal de los
precios de las energías fósiles, podrán verse en entredicho con el ascenso de
políticas proteccionistas en los bloques exportadores.
·
La quinta razón, extraordinariamente poderosa, es la reordenación y repliegue parcial de la
globalización, en un contexto de acumulación débil o menguante de la
economía capitalista, y el papel subordinado y relativamente aislado de la
Unión Europea de los polos de poder viejos y nuevos en este contexto.
Es en todo este contexto, en el que cabe
comprender que varias de las piezas se desencajen. El Brexit, el desencanto de
las clases populares periféricas (con distintos signos) o la humillación
financiera y política aplicada a la derrotada Grecia, que aunque no se haya
traducido en la expulsión, nada la descarta en un futuro.
El auge comercial de China y la pérdida de
preponderancia de EEUU, ante un electorado cansado de promesas incumplidas por
el Partido Demócrata, con una situación laboral depauperada, han aupado reactivamente
a Trump al frente de un imperio, en decadencia pero aún sin rival en muchos
terrenos, que puede estar dando al traste con muchos de los esquemas sobre los
que interpretábamos el sistema-mundo. Alianzas geocomerciales con Reino Unido y
abandono del Tratado Transpacífico e interrupción o reforma del TTIP; pactos
extractivistas petroleros con Rusia (Ártico); remilitarización de EEUU, que
deja su papel de guardián, dejando sin protección a otros aliados; y una
política de tipos de interés al alza, para emprender una carrera competitiva
para atraer los capitales internacionales y poder seguir haciendo frente a sus
dos torres de deuda (externa y pública). Esta política podría generar un efecto
centrifugador de algunos Estados Miembros, que podrían verse atraídos por el
polo anglosajón o por el ruso, más aún cuando la UE se queda en tierra de
nadie, muy dependiente energéticamente, y sin perspectivas de prosperidad.
2. Las tendencias
políticas de las clases dirigentes en la UE.
Todos estos factores, están acentuando
tendencias políticas aún desdibujadas. Ahora bien, algunas se empiezan a
esbozar. De algún modo se ha querido expresar la respuesta de la Comisión
Europea en el Libro Blanco que ha redactado Jean Claude Juncker.
Así, de todas las estrategias observadas en el
tablero político europeo, el establishment
va apuntando sus respuestas. Se trata de una fórmula que trataría de esquivar
los frecuentes bloqueos del Consejo, que imponen la unanimidad para las grandes
reformas, así como una respuesta federalizadora y selectiva (“no todos los
países pueden ir al ritmo planteado”) en reacción al Brexit. Consistiría en la
recentralización de competencias y recursos para blindar los privilegios de un
club restringido de países (centroeuropeos y nórdicos). Se trataría así de una
estrategia dual, federal para los países de la primera velocidad -no por ello
menos neoliberal-, así como disciplinaria y subordinante económicamente para
los que vayan “más despacio”. Tendría
como bases teóricas el Informe de los 5 presidentes, en una versión excluyente para
el cinturón de países periférico. Como base material contaría con el conjunto
de acuerdos e instrumentos financieros fuera de los Tratados, con acuerdos
intergubernamentales, levantados desde hace años (MEDE, Plan Juncker, Plan de
inversión exterior, etcétera). En suma, una UE a varias velocidades, competencias
y recursos desiguales, y fórmulas de adhesión y jerarquía a varias escalas.
Una segunda tendencia se orienta al repliegue nacional. Aquí cabe señalar
formulaciones muy distintas. Una tendencia de blindaje proteccionista,
conservador y soberanista, para si acaso establecer lazos bilaterales a la
carta en la que el país pudiera establecer otros vínculos, dentro de su pleno
control. Aquí podemos encuadrar la emergencia de algunas fuerzas reaccionarias
tanto en centro Europa como en el Este. El hermano rebelde de las clases dominantes,
la extrema derecha, si triunfa en algún país puede reproducir el esquema del
Brexit, pero suponemos que nada impedirá que puedan formar otro bloque de
países en el proceso de desglobalización parcial en el que estamos incursos.
3. Una Europa con
un sujeto europeo por construir. ¿Qué hacer contra el populismo reaccionario y
contra el establishment?.
La primera para negociar reformas paneuropeas
que hicieran valer un, a nuestro juicio improbable dada la naturaleza del
proyecto, modelo alternativo dentro de una UE y un sistema euro revisados.
La segunda, una opción de salida del euro y
soberanista popular para retomar el instrumental del Estado Nación -política
monetaria, fiscal y de gasto-, para reestablecer relaciones bilaterales con
quien se desee, en unos términos que no se han desarrollado en el debate.
La tercera, la que apostaría, mientras no se
modifiquen los Tratados, por redefinir y reconstruir los lazos a escala
supranacional con aquellos conformes no con las “velocidades”, sino en un rumbo
común y alternativo; lo que podría suponer una estrategia de desobediencia de los Tratados y políticas
europeas, para tratar de emprender una política autónoma y progresista abierta
a cooperar y converger realmente con otros pueblos formando una confederación o
federación nueva de países que llevarían a cabo una política comercial justa y
cooperativa, una política redistributiva fuerte, y un cambio de modelo
productivo y una política de inversión socioecológica común, sin descartar la
formación de una nueva moneda cuando se presenten las condiciones.
Estos últimos discursos, en un pueblo europeo
que apenas habla de Europa salvo como mito o como fantasma, cobran cuerpo,
dentro de una escasa difusión, en iniciativas como las del Plan B, Diem 25 y
otras, aún con una perspectiva muy focalizada en los réditos electorales que
puedan recabarse a nivel nacional.
Sin embargo, la coherencia práctica del
discurso y su acogida consecuente por la población dependen de la construcción
de un sujeto que está por construir. Un sujeto que difícilmente se reconocerá
mientras se conforme a escala de la comunidad nacional exclusivamente. De
hecho, se trata de un sujeto que sólo puede desarrollarse mediante una
“solidaridad entre desconocidos”, tal y como suscitó en su día Daniel Bensaid.
El capital es global, y opera a nivel de grandes mercados continentales al
menos, mientras que los sujetos subalternos se fragmentan y apenas actúan a esa
misma escala. Ese sujeto no puede confundirse con grupos que viajen haciendo
turismo revolucionario -aunque la coordinación internacional lo haga necesario-,
o que simplemente representa a organizaciones partidarias, pues ha de enraizar
en las clases populares y trabajadoras en cada país. Ese sujeto, esa subjetividad
antagonista expresada materialmente en prácticas, organizaciones y medios de
comunicación comunes, sólo puede labrarse mediante experiencias comunes con
propuestas compartidas frente a un adversario común.
Pero para ello, las fuerzas políticas deben
comprender e identificar que parte de los problemas experimentados por cada
población son comunes y de posible abordaje colectivo. Y no son pocos esos
problemas, aunque su expresión sea asincrónica: el desarrollo de un mercado
lucrativo oligopólico donde grandes corporaciones operan a escala transnacional
contra los derechos de los pueblos y la naturaleza; la degradación y la
naturaleza explotadora y antidemocrática de la relación salarial; el retroceso
de la protección social y los servicios públicos, entre otros. Es ante este
desafío donde se presentan las oportunidades para la solidaridad económica
internacionalista, proyectos de convergencia real, de cooperación y de
inclusión y reconocimiento de la diversidad entre pueblos iguales y distintos. Y,
certeramente, esas políticas coinciden con un perfil: pueden desarrollarse
tanto hacia dentro como hacia fuera, sin contradecirse, pero que poniéndose en
marcha de manera coordinada serán más eficaces políticamente. No se trata de
problemáticas y soluciones de a primera vista, pero, sea como fuera, son las
únicas capaces de superar todo aquello que nos aqueja.
Mientras ese sujeto se conforma, primero en
aspiración -reconociendo el fuerte retroceso para lo que refiere ese horizonte-,
para dar pie luego a formas de organización práctica concreta, resulta también
clave abordar un debate. Estamos ante un nuevo panorama, una refundación
austeritaria y excluyente de la UE -abanderada por el establishment-, al mismo
tiempo que la emergencia rebelde de populismos reaccionarios. A pesar de la
tensión que guardan ambas líneas, no son incompatibles entre sí pudiendo tomar
lugar de varios modos. Sea bien con la asimilación del ideario de la extrema
derecha por parte del establishment para conservar electorado, sea bien con el
liderazgo directo de la derecha radical si se suman gobiernos en esta clave.
Y nos preguntamos, ¿cuál es la vacuna contra el populismo nacional autoritario?. Sin
duda alguna, la defensa de la democracia y el empoderamiento popular resultan
fundamentales al librar esta batalla. Debemos comprender que la emergencia del
“hermano rebelde de las élites” es fruto del fracaso de la política del
“extremo centro” (como diría Tariq Alí), del establishment. Es contra este eje
donde debemos focalizar nuestros esfuerzos. Así, cabría leerse como la extrema
derecha deviene tanto un intento de reafianzar los intereses de las burguesías
nacionales (no tanto como las transnacionales) integrando a las clases
populares nacionales, siendo ante todo fruto del fracaso de otros
(neoliberalismo y socialdemocracia). Coyunturalmente la UE expresa una
debilidad. Por tanto, en este momento político debemos aprovecharlo, antes que
las clases dirigentes reafirmen su nuevo proyecto si resuelven sus diferencias.
La extrema derecha bebe de la ilegitimidad de
las políticas de las grandes coaliciones, del fracaso de la socialdemocracia
para con los intereses de la mayoría, pero se sostiene políticamente apoyándose
en viejos prejuicios, a lo que suma oportunistamente algunas propuestas de la
vieja izquierda nacional para legitimarse. Naturalmente, si se aupara el
populismo autoritario y xenófobo con el poder debiéramos enfrentarnos
directamente con ellos. Pero la clave consiste en orientarse a sus bases
sociales, las clases trabajadoras, y otros sectores populares afines, con una
política impugnatoria y alternativa incluyente y democrática, precisamente volcando
toda nuestra iniciativa política contra los regímenes, como el nacido en la
transición española, y contra el propio establishment europeo.
La alternativa pasa por levantar un proyecto
supranacional solidario, que ponga en común los problemas de los diferentes
sujetos populares de cada país, para encontrar soluciones compartidas y
cooperativas, contra un adversario en declive. Para eso, hagamos compatibles la
agenda política de las fuerzas del cambio dentro de cada Estado, enfatizando
aquellos puntos que son de común interés para los pueblos de Europa (o de
cualquier continente que los comparta) para actualizar, en suma, una nueva
política de los comunes radicalmente democrática tan capaz de potenciar la
soberanía popular como el hermanamiento internacionalista de los pueblos.
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