12/5/18

¿Qué modelo de defensa y seguridad para la emancipación?.

01/02/2018
La posición de las clases dirigentes

El debate sobre la seguridad y la defensa resulta controvertido en el marco de las fuerzas del cambio. Y, precisamente por esta razón, rara vez se da o refiere a aproximaciones idealistas. En cambio, las fuerzas políticas de las clases dominantes optan por diferentes esquemas y las tratan sin tapujos.
Las fuerzas nacional-conservadoras optan sea bien por una estrategia hegemonista, tipo guardián del mundo, que les conduzca a liderar a otro grupo de países vasallo, sea bien a abrigarse en un polo de alianzas liderado por un país. Esta estrategia fue llevada a cabo por las clásicas naciones imperialistas en diferentes momentos de la historia. Primero Francia, luego Inglaterra, finalmente EEUU o, en su área de influencia, la URSS.
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Las fuerzas neoliberales, de carácter cosmopolitas y globalistas, que saben que para competir en los mercados mundiales no hay mejor para negociar que contar con una fuerza pública bien dotada de medios represivos y potencialmente destructivos, suele optar por un esquema militar amparado en un cuerpo supranacional, a poder ser vestido de neutralidad, con el objetivo de sostener su legitimidad internacional, cuando en la práctica opera con intereses de parte.

La cuestión es que en el contexto actual EEUU emprende una revisión de su política militar, y con Trump en el gobierno, para abandonar sus responsabilidades como guardián del mundo, esto es, para proteger y abrigar los intereses de sus aliados, para exigirles corresponsabilidad en a la hora de costear  la inversión militar, y para emprender iniciativas sin la necesidad de pedir permiso, más aún cuando se abre una fase de lucha por los recursos naturales.

En un contexto donde el Reino Unido, que contaba con las fuerzas armadas más potentes en Europa, sale de la UE, y en el que Alemania cuenta con recelos internacionales a la expansión de su ejército o su intervención en el exterior, aun cuando desde los años 90 se zanjó el debate y se admite su intervención en el extranjero, Francia no tiene la capacidad militar para cubrir ese vacío. Así, en Europa neoliberales y socialiberales apuestan por una Defensa Europea, que va a tensar los presupuestos de las instituciones europeas y la de los Estados Miembros.

Se abre un periodo de legitimación para dar paso a estas inversiones. La primera que se ha formulado, de una manera netamente reaccionaria, es la de apuntar al terrorismo internacional y las migraciones como fuente de peligro. En esta aproximación, cabe decir que no pocos conflictos son causa directa de la propia política de las fuerzas occidentales, que han alimentado monstruos, como el ISIS, y otras fuerzas fanáticas financiadas, y nuevos frentes, para aislar a Rusia e intimidar a China, generando enemigos nuevos en zonas sensibles del tablero mundial. Por otro lado, hay nuevos factores que explican la movilidad de las personas a gran escala, que las fuerzan a desplazarse fruto del cambio climático y sus consecuencias sobre el medio, las guerras por recursos escasos, y la extensión de ideas extremistas e intolerantes, alentadas por aquellos que quieren justificar su intervención imperialista polarizando a los pueblos en bandos enfrentados.

Cabe por último mencionar a fuerzas ultranacionalistas que reclaman la recuperación de la defensa militar para el Estado-Nación. Sus discursos normalmente vienen, a pesar de su lenguaje de defensa patriótica, a coincidir con la vieja aspiración de copar la posición hegemonista de una región del mundo, o, lo que suele ser más normal, al final suelen hacer valer su posición para mantenerse en una alianza en el que el juego geoestratégico de bandos sigue cobrando efecto.

Las fuerzas progresistas, pacifismo y antimilitarismo.

Resulta harto complejo admitir que las fuerzas socialiberales formen parte de las llamadas fuerzas progresistas. Su opción es la de defender al espacio geoestratégico menos malo, para contrarrestar los excesos, por ejemplo, de los imperialismos norteamericano. En la práctica se trata de jugar a construir otro hegemonismo militar que combine con mejor diplomacia el uso de la fuerza, en general, contra países subordinados, y hacer valer en la Alianza Atlántica sus bazas de negociación.
Sin embargo, cuando nos adentramos en otras orientaciones dentro de las fuerzas emancipadoras y transformadoras, hay orientaciones sumamente divergentes.

Por un lado, nos encontramos con la concepción campista, heredera de la estrategia estalinista de formación de bloques, donde las fuerzas comunistas han de aliarse con los gobiernos amigos para hacer frente al adversario político. Se trata de una concepción que conduce a recelar de los movimientos populares que discrepan de sus gobiernos, y confía la cuestión de las alianzas a las instituciones del Estado, para formar un bloque de Estados resistente al imperialismo y a su brazo internacional, que es la OTAN. Coincidiendo con la consigna “los enemigos de mis enemigos son mis amigos” conduce en no pocas ocasiones a alianzas con regímenes opresores de sus pueblos, simplemente por la razón de que pongan oposición al imperialismo principal. A esta línea se le puede atribuir una concepción de la defensa basada en ejércitos regulares, a veces con reclutamiento forzado.

En otro punto inverso, estaría el movimiento pacificista. Este movimiento ha venido a coincidir con una serie de discursos y prácticas concretas que han consistido en una resistencia desobediente y pacífica, en unos casos, o el impulso al movimiento por la insumisión. Las estrategias de resistencia pasiva cuentan con un recorrido de resultados desiguales. Por un lado, ensancharon su legitimidad, e incluso fueron masivos, y contaron con una experiencia de ciertos logros, como fue el caso de la India con Gandhi, pero en términos generales, ante el alzamiento militar o policíaco, combinado con el aislamiento mediático, han sido duramente reprimidos y el balance final no ha sido favorable, cayendo en derrotas estrepitosas y, muchas veces, cruentas. El movimiento por la insumisión fue una de sus expresiones en el Estado español. A costa de varios encarcelamientos consiguió que el gobierno decidiese acabar con el servicio militar obligatorio. La alternativa no fue mejor, sino que se tradujo en la puesta en pie de un ejército profesional, que reclutó a las clases sociales más desfavorecidas, y que ofreció un modelo caro de ejército, limitado en efectivos, poco cualificado en su capacitación técnica y precario en lo laboral.

Cabe decir que lejos estamos del peor modelo de defensa que se ha podido conocer: el modelo de ejércitos mercenarios, tan habituales en otros tiempos pre-modernos. Estos ejércitos contaban con una motivación problemática, el dinero, y estaban ajenos tanto del patriotismo como de cualquier valor que empatizase en la protección civil. El modelo profesional es tan sólo una variante reglada de aquel modelo, y cuenta con no pocos problemas de cara a contar con una mínima base democrática o cierta conexión con las aspiraciones sociales o civiles, pues sólo acatarán, siempre que se les pague, las órdenes del mando. 

Debemos recordar que el origen del servicio militar obligatorio se origina en la Revolución Francesa. Se construyó entonces un ejército ciudadano, numeroso y que, bajo el periodo napoleónico, se impuso durante años en Europa. Allí no había discriminación social y se contaba con una respuesta moral con la patria, sin remuneración a cambio.

Ahora bien, una fuerza que busca la convivencia y la emancipación popular debe aspirar a un objetivo antimilitarista, porque todos los combates que cuenten con máquinas para matar acaban mal. El objetivo antimilitarista no puede, sin embargo, confundirse con el pacifismo. Las razones, que no son nada evidentes, son las siguientes:

a) Los movimientos pacíficos obtienen más simpatía y respaldo.
b) Históricamente se ha dicho que el respeto de la orden y de la ley están bajo el control del Estado, que tiene el monopolio legal de la violencia.

Sin embargo, un movimiento emancipador, en un contexto de tensiones entre clases, sabe que el Estado en general está orientado a favor de los intereses de las clases dominantes, y ejerce su control territorial y social a favor de los intereses económicos de una minoría y, aunque prefiera contar con el respaldo social y en ocasiones cuide la imagen de que respeta el interés general, normalmente no tiene mayor problema, sólo contenido por razones de fuerza, alianzas, o posibles amenazas materiales, no sólo en causar conflictos con el exterior, sino también en emplear las fuerzas destructivas contra su propia población. Así que, cuando el gobierno no representa democrática a las clases populares, y es lo frecuente, las fuerzas militares y policiacas han de verse como un enemigo interior ante el que hay que defenderse.

A este respecto, caben diferentes estrategias. En un contexto de lucha de posiciones -donde se disputa la hegemonía ideológica, cultural, institucional y productiva, prima la construcción de una subjetividad antagonista. Pero cuando se formado esa subjetividad mayoritaria alternativa, las fuerzas del orden, al perder su autoridad, no tendrán demasiado reparo en emplear la fuerza, aunque posiblemente sea medida para no sumar rechazos adicionales.

Pero el conflicto, cuando madure, podrá derivar en un asalto democrático a las instituciones o en una insurrección. En ambos casos, según la correlación de fuerzas las clases dominantes antiguas no se desprenderán de sus privilegios sin rechistar. La estrategia puede variar, desde introducir miembros en el aparato del ejército para contribuir a su división, hasta la formación de una milicia popular organizada. En ese contexto, pueden librarse conflictos propios de una guerra de movimiento, que siempre se conjuga con la de posiciones, siguiendo la terminología gramsciana. Su curso sólo se conocerá en el devenir de los acontecimientos, y el grado de su intensidad y consecuencias no puede ser predicho. Pero ese conflicto tiene muchas papeletas para producirse. Las clases trabajadoras han de autoorganizarse en dicho caso, sea bien para defender a su gobierno popular, sea bien para impulsar la insurrección.

Ni que decir tiene, que una vez superadas las tensiones, la formación de dichas milicias, o en su caso un ejército regular popular, debe proceder a su disolución y conversión en otra fuerza civil de utilidad. Por ejemplo, un cuerpo civil de bomberos contra catástrofes o prevención de riesgos naturales. Pero, de momento, esto queda bien lejos.

Mientras tanto, cabe oponerse a la ampliación de los ejércitos, buscar complicidad con los sectores democráticos del ejército, y no perder de vista la necesidad de que, dado el caso, habrá que reconvertir a la militancia, en caso de represión policial o militar, en grupos de autodefensa popular, que históricamente fueron puestos en práctica en situaciones de agresión fascista a la que se respondió con iniciativas de frente único.

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