Hoy el Parlamento Europeo ha aprobado una nueva regulación que atañe a uno de los instrumentos del Plan Europeo de Inversión Exterior , con una capacidad financiera de unos 44.000 millones de euros: el Fondo Europeo para el Desarrollo Sostenible (EFSD).
El diseño del Plan Europeo de Inversión
Exterior y todos sus instrumentos, que tendrá como uno de sus pilares al EFSD,
junto al Mandato de Préstamo Exterior y el Fondo de Garantía, es una pésima
réplica del Plan Juncker.
Su diseño de fondo consiste en condicionar la
política de cooperación al desarrollo de la UE para que llegue fundamentalmente
a países vecinos, en África y el vecindario europeo, que pudieran servir de
cortafuegos a la migración que persigue llegar a Europa, o bien para que puede
acoger a los migrantes que se vean empujados a salir de Europa.
Dicha estrategia no sólo procura fijar en el
entorno Europeo un espacio territorial convirtiendo a varios países en
guardianes de fronteras. Además, trata de mostrar como cooperación al
desarrollo una auténtica política de provisión de garantías para eliminar el
riesgo para las empresas, muchas de ellas europeas o dependientes de ellas,
haciendo que los recursos públicos europeos asuman las pérdidas de la
iniciativa privada, y respalden los beneficios que quedarán en manos
particulares.
Vale decir que el proyecto que aquí se
presenta ha intentado amainar esta concepción incorporando elementos a valorar,
como que se garanticen los derechos humanos, que un porcentaje bien limitado de
proyectos respecten variables medioambientales, que no se apoye a países que no
cooperan fiscalmente, que sea posible la participación del Parlamento como
observador en su Junta Estratégica, o que la Comisión gestione el fondo, y otra
serie de enunciados que tendrán una función declarativa. Pero detrás de esto
hay un proyecto xenófobo que consiste en retener a las poblaciones en países
terceros, a los que se les niega en su legítimo derecho a buscar una vida mejor
donde consideren mejor, y haciendo de los países de paso a la UE un espacio de
colonización económica y de control migratorio. De tal modo, que nos parece
extraordinariamente insuficiente y sumamente problemático su espíritu.
Es posible una alternativa.
Creemos que es tan perjudicial coartar la
libertad de movimientos de las personas como que las personas se vean
enfrentadas al abismo que supone su migración forzada. Necesitamos una
cooperación al desarrollo que permita el desarrollo soberano de cada pueblo, a través de inversión pública, no
una promoción de proyectos para el negocio de las transnacionales europeas. De
facto, lo que necesitan los países del Sur, es
que les quiten el pie del cuello, que se pare el expolio de su riqueza natural
y la explotación de sus trabajadores. Y a los países más empobrecidos hay que proporcionarles recursos que puedan hacer suyos para implementar proyectos de desarrollo endógeno.
Hay que dar respuesta a la cuestión
migratoria de otra manera. Hay que actuar en el origen de las causas que
producen las migraciones forzadas: cambio climático, guerras y pobreza,
principalmente. Y debemos hacerlo sin recurrir a la “acumulación por desposesión”,
término que acuñó David Harvey, en la que las multinacionales europeas y otras
empresas auxiliares acaparan la riqueza de los países empobrecidos, como de
alguna manera va a ser instrumento cómplice este EFSD. Pero una vez que esas
causas persisten, también tenemos que actuar en el proceso que atañe a la
circulación de las personas que han tomado la medida desesperada de la búsqueda
de su supervivencia, brindando pasos seguros, transiciones ciertas, no poner
más barreras. Así como hay que actuar en el proceso de acogida e integración de
aquellas personas que vengan a nuestros territorios.
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