1/8/16

THOMPSON Y LA FORMACIÓN DE LA CLASE OBRERA: ¿UNA CONSTRUCCIÓN CULTURAL?

Daniel Albarracín, Rafael Ibáñez, Mario Ortí, Alberto Piris

Este artículo fue publicado en 2012 en la Revista Materiales de Trabajo, la cuál no ha tenido continuidad. Se trata de un artículo elaborado en 1998 y revisado para la ocasión, de lo que fue uno de los equipos de investigación más importantes en el que he trabajado. Nos denominábamos Colectivo Madrid, y siguen siendo grandes analistas, profesores y traductores. Como homenaje tanto a la obra del historiador E.P Thompson, que tanto nos enseñó a reflexionar sobre el cambio social y el papel de los sujetos, como a los compañeros que hicieron posible esta modesta, pero edificante, contribución, recuperamos este artículo en este blog.

Un pensamiento producto de la historia



“La historia es una forma dentro de la cual luchamos y muchos han luchado antes que nosotros. Ni estamos solos cuando luchamos allí. Porque el pasado no está sencillamente muerto, inerte, ni es confinante; lleva también signos y evidencias de recursos creativos que pueden sostener el presente y prefigurar posibilidad”.[1]
“Necesitamos la teoría en cada momento de nuestra labor y necesitamos una investigación que esté informada tanto empírica como teóricamente, la interrogación teorizada de lo que encuentra esta investigación” [2]

Thompson procede de una familia bien posicionada que porta en su manera de ver las cosas la tradición liberal, en su versión más abierta y progresiva, característica de la sociedad británica de la primera mitad del siglo XX. Uno de los primeros momentos decisivos de su forja ideológica e intelectual será la II Guerra Mundial que va a vivir muy joven, marcándole de un modo especial la experiencia de su hermano en Yugoslavia[3]. La lucha contra el fascismo viene a simbolizar un leit motiv muy enraizado en el imaginario de la sociedad británica en su guerra contra el Eje. Thompson, al calor de estas condiciones se afilia a una temprana edad al Partido Comunista Británico mientras prosigue sus estudios de historia. Su vocación docente en breve deja paso a una dedicación cada vez mayor a la pasión por la historia. El producto de esa elaboración, sus síntesis provisionales y conclusiones más creativas serán el objeto de nuestro comentario.

La evolución de la izquierda del Reino Unido tras la II Guerra Mundial constituye también un contexto ideológico y cultural de su obra sin duda fundamental para comprender los giros, conflictos y elementos de controversia que marcan la trayectoria vital e intelectual de Thompson. El PCGB era un partido comunista que tenía una importante acogida, no comparable con el Laborismo que siempre alcanzó una representación social y electoral más amplia —no sin su continua dedicación a apartar cualquier atisbo de radicalismo— y fue un partido afín a la URSS. Parece no obstante, que la afiliación prosoviética de los militantes y simpatizantes de base quiebra en buena parte tras los acontecimientos internacionales de 1956, especialmente con la intervención armada soviética en Hungría. El apoyo del PCGB a la URSS en esta represión no sólo va seguida del abandono de un tercio de los militantes, lo hace también del propio Thompson. El cierre histórico a las concepciones renovadoras, democratizantes de movimientos populares en distintos puntos del mundo se ven ahogadas. Se entrecruzan en este punto de la historia la consolidación de un capitalismo corporativo de corte keynesiano y socialdemócrata en occidente, con la conservadurización burocratizante del Estado colectivista soviético. Puede entenderse también como la parcial derrota de una generación que se movía a favor de los nuevos vientos de renovación en los distintos sistemas sociales de un extremo a otro del mundo. Posiblemente, aquella derrota de un movimiento regeneracionista que fue abanderado por el «espíritu de la contestación juvenil» abrió las puertas a experiencias y motivaciones que facilitaron ulteriores movimientos, especialmente durante la década de los años 1970.

El paso que marca la ortodoxia de la teoría marxista lleva la impronta de una época donde todo parecía atado y bien atado. Un capitalismo en plena prosperidad, donde casi nadie cuestionaba su evolución, y una estabilidad donde sólo la URSS marcaba las líneas de guerra fría dibujaba un escenario sombrío sobre el futuro. En ese contexto, el único modo de pensar las grandes transformaciones, en medio de estructuras firmemente consolidadas, parece pasar por la proyección de interpretaciones que se refugian, bien en un carácter fuertemente conceptual, bien en la esperanza de una historiografía de un muy largo plazo en el que la agencia humana en la transformación del mundo ocupa un papel en extremo abstracto. Es la época en que el estructuralismo difunde en la academia conceptos como modo de producción, base y superestructura, o estructuras sin sujeto, que dan forma a un corpus interpretativo que sólo concedía posibilidades al cambio en un futuro difícil de protagonizar.

Sin duda, sólo podemos entender a Thompson, como parte de una tradición de pensamiento, directamente enfrentada a un marxismo estructuralista esclerotizado que identifica parcialmente con el propio stalinismo. Frente al cual trata de aportar una noción donde los sujetos sociales concretos son los actores de la historia, un trabajo empírico, acerca de lo concreto, una recuperación de los sujetos y su voz. Desde su nacimiento en 1924 hasta su muerte en los primeros años de la década de los 90, la trayectoria biográfica de Thompson está marcada por un pleno compromiso con la militancia en torno a los grandes conflictos que han marcado el siglo XX. Su trabajo historiográfico y teórico está lleno de las huellas de esta praxis social y política. Un trabajo que arranca con unas primeras obras plenas de una fresca simpatía por una historia romántica, en la línea de influyentes maestros como William Morris (William Morris. de romántico a revolucionario, de 1955), centrada en el relato de los mismos personajes que forjan su historia. Motivado por la recuperación histórica de la construcción simbólico-material de los sujetos sociales, su propia obra central La formación de la clase obrera en Inglaterra de 1963, se introduce en el terreno de la historia de largo plazo del capitalismo a través de la formación y disolución de los sujetos sociales. Su enfrentamiento con la ortodoxia marxista, sus versiones economicistas o estructuralistas, da lugar a una magnífica obra, escrita pensando en la militancia y estructurada en clave de polémica metodológica (Miseria de la Teoría, de 1978). Por otra parte, su implicación práctica con distintos movimientos que jalonaron los años 1960 y 70, como fueron el movimiento pacifista y antinuclear. En cuanto a la experiencia que probablemente condense mejor la dialéctica entre teoría y praxis política en la que se mueve, hay que destacar su papel como punta de lanza de un conjunto de historiadores que trabajan codo con codo junto a militantes de base y obreros sin formación académica dentro de las actividades del History Workshop[4].

El equilibrio roto en el materialismo histórico: Estructura y Sujeto.


"Las revoluciones proletarias se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo desde el principio".[5]

Tal y como ha recogido en sus obras sobre la crisis de la perspectiva del materialismo histórico un autor como Perry Anderson[6], el contexto en el que el marxismo occidental se desenvuelve tras la segunda Guerra Mundial se caracteriza ante todo por la  desaparición de las condiciones para la autocrítica que suponía la conexión recíproca entre el ejercicio de la práctica social transformadora y la propia tarea de interpretación del mundo; en definitiva, de hacer al mismo tiempo del marxismo una teoría de la historia y una historia de la teoría. Como también observa Anderson, en un contexto marcado por esta contradicción —expresión de la ausencia de mediaciones en la contradicción entre la teoría y la praxis—, pronto el efecto es también la escisión dentro del propio marxismo. Esta división bien puede ser ejemplificada a través de la forma específica que cobrará en el seno del marxismo francés; la de una polarización manifiesta máxima entre un marxismo de raíz humanista, cuyo último gran representante es J.P. Sartre, y la deriva estructuralista propiciada por el giro lingüístico de las ciencias sociales en la que surgen pronto nuevas —e intelectualmente deslumbrantes— figuras en los campos de la antropología, la lingüística, la propia sociología o una filosofía que parece volver a ocupar un papel hegemónico como fin último de todas ellas. La escisión del marxismo no solamente es tal, sino que además implica una disolución del mismo: "La evolución es simplemente esta: el marxismo francés tras haber disfrutado de un largo período de amplia e indiscutible dominación cultural, amparado en el prestigio reflejo, remoto, de la Liberación, encontró finalmente un adversario que fue capaz de presentarle batalla e imponerse.(...) el amplio frente teórico del estructuralismo y, después, sus sucesores post-estructuralistas. La crisis del marxismo latino no seria el resultado de un ocaso circunstancial, sino de una derrota en toda regla"[7].

Anderson huye sin embargo de una atribución apriorística de causalidad hacia las posiciones teóricas estructuralistas o postestructuralistas con respecto al proceso más amplio de academización del marxismo y disolución de los vínculos establecidos en la praxis con los movimientos obreros, tratando entonces de otorgar "una prioridad a las explicaciones extrínsecas de sus éxitos, fracasos o estancamientos"[8]. Pero si ambos procesos que acompañan al declive del materialismo histórico como cultura —deriva en la teoría y esterilización con respecto a la praxis— pueden encontrar un referente común que permite interpretar el sentido general de las transformaciones, es el del cambio producido en la representación de la estructura y el sujeto en la historia y la cultura humanas. Este cambio supone una acentuación de la ruptura del precario equilibrio entre las familias del materialismo histórico, representadas hasta los años 1960 en el caso francés por el existencialismo humanista, el historicismo sin sujetos de la escuela de los Annales o la propia presencia de Partido Comunista más fuerte del mundo occidental. La fulgurante victoria del estructuralismo de Levi-Strauss desde el  campo de la antropología o el reinado de Althusser en la teoría Marxista, logran rápidamente levantar un fuego de artificio que puede por un momento ocultar que su victoria se está produciendo en el terreno de la academia, pero que su hegemonía va a alcanzar el de la cultura y a acelerar una derrota ideológica del marxismo que se traslada a todos los niveles. Cuando a mediados de los años 1970 el estructuralismo se eclipse a sí mismo como un juguete roto que ha pasado por la fase de moda intelectual, los cadáveres que pueblan el campo de batalla son probablemente tres; el primero, la conexión social del marxismo como praxis viva; el segundo, la posibilidad de construcción de unas ciencias sociales desde la dialéctica entre sujeto y estructura; el tercero la propia reivindicación vivificante del papel de una voluntad humana en la transformación del mundo que no renuncia a ser pensada en el seno de sus determinaciones materiales. Son sin duda cadáveres de la propia violencia de la historia en la que median las propias causas extrínsecas de las grandes transformaciones que en los años 1970 acaban una fase del capitalismo y empiezan otra; sin duda, también paisajes con figuras en que la teoría no es más que una parte de las luchas ideológicas por las significaciones que atraviesan dramáticamente a los sujetos sociales.

Teoría y sujeto en la obra de Thompson: de la historiografía al debate en la teoría.

“Las críticas de Gassendi contra Descartes son perspicaces, llenas de buen sentido, perfectamente fundadas. Gassendi tiene razón contra Descartes. Y, sin embargo, la contribución de Descartes a la ciencia es muy superior a la de Gassendi, y la riqueza de su pensamiento -a pesar de sus contradicciones, o mejor dicho a causa de ellas- mucho mayor”[9].

La complejidad de este proceso de transformación histórica y teórica o su referenciación empírica al caso francés como contexto dominante del marxismo occidental, no impide señalar hacia estas dos dimensiones —fractura en el seno de la teoría, separación de ésta con respecto a la praxis— como grandes determinantes, desde dentro del campo del materialismo histórico, de la tarea que el propio Thompson emprende. En este contexto, su obra —como la de tantos otros intentos desde el marxismo— se sitúa directamente sobre la fractura abierta entre sujeto y estructura, teoría e historia. Enjuiciar el mayor o menor acierto de sus  esfuerzos, no puede obviamente ser sino un objetivo muy secundario de éstas páginas. Intentar comprenderla en su desarrollo —precisamente a  partir de este marco y de estas contradicciones— pasa por atribuirle a la vez una orientación subjetiva como esfuerzo vivificante del marxismo, pero una misma determinación, una misma parcialidad de su obra que arranca del propio desequilibrio que trata de ser superado en la reconstrucción del mundo desde el papel de la agencia humana o bien desde una anterioridad de la materialidad de la estructura.

La obra de E.P. Thompson está marcada por esta tensión que deja sus huellas en la propia amplitud del espectro que abarca: desde el esfuerzo historiográfico de largo plazo por situar el papel de la acción humana, del sujeto y de los procesos de composición y descomposición de las clases sociales como dimensión fundamental en el mismo surgimiento del capitalismo a lo largo de los siglos XVIII y XIX, hasta el intento de rescatar el marxismo de los gabinetes y devolverle su carácter de práctica de clase, pasando por la participación en el nada fácil debate teórico con las posiciones del estructuralismo. Del punto y el momento en que Thompson ejerce de historiador, se pasa en sus obras sin solución de continuidad a los que lo hace de polemista y viceversa. Precisamente, no porque se trate de una ruptura epistemológica que produce un desdoblamiento en distintos personajes, tal y como chez Althusser se recomienda que hay que hacer para comprender las mutaciones que convertían al idealismo del joven Marx en la madurez del fundador del materialismo histórico como ciencia; sino porque en Thompson —como tampoco la hubo en toda la trayectoria del propio Marx— no hay en ningún punto renuncia a registro intelectual alguno —del más abstracto al más concreto— ni especialización esterilizante entre las disciplinas: hay en todo caso una predominancia de la más viva pasión por la historia.

La escritura de Thompson no va dirigida a la galería ni tampoco a la academia[10]. Su posición frente a los teóricos marxistas que se han convertido en hegemónicos, pasa por una virulenta oposición a su obsesión teoricista y a sus resultados ininteligibles, absolutamente alejados de los problemas de los oprimidos y explotados. En este sentido, su propósito es reconstruir una historia vivificante, al servicio de la memoria y la motivación de los subordinados, con miras a un porvenir, posibilitado en un presente, ahora interpretado en un sentido de liberación. Un proceso en el que “la tarea de los intelectuales marxistas es construir (...), desarrollar las armas intelectuales apropiadas para ello, redescubrir el marxismo como una teoría que encuentra la fuente de la liberación humana en las luchas que surgen en el seno del capitalismo, y no simplemente en una moralidad que es introducida de afuera de la historia”[11]. La huella más presente de Thompson en las ciencias sociales en la actualidad es probablemente la del renovador de la historia de la cultura y las mentalidades; pero desde su propio punto de vista y muy singularmente, se considera a sí mismo un polemista. Sus grandes aportaciones a la labor historiográfica, son tanto una vuelta sobre dimensiones de las dinámicas sociales ignoradas durante largos años, como un enfrentamiento sin apenas concesiones contra los herederos de un marxismo esclerotizado en dirección a las torres de marfil de la academia. En un contexto donde abundan y domina una convención formalista coherente con los artefactos estructuralistas, la posición de Thompson se alinea sistemáticamente en la posición de las minorías críticas que procuran resaltar —incluso hasta la exacerbación— los puntos flacos de las posturas que desde el formalismo se han instalado en el elitismo acrítico. Una crítica radical que se extiende —a partir de sus coincidencias históricas e ideológicas— desde el estructural-funcionalismo sociológico instalado en su trono junto al príncipe, al aparente contrapoder de la academia en el que reina el althusserianismo o a la preponderancia economicista de un marxismo determinista. Crítica que en su prosa llega a tratar de pulverizarlas hasta su ridículo más absoluto, no sin bordear en ocasiones peligrosamente su “zona de razón”. Ese estilo polemista es precisamente el que Johnson[12] va a considerar demasiado deslizado hacia la  excentricidad y aunque su respuesta es casi siempre la de una conciliación que puede desplazarse fácilmente hacia el eclecticismo, su cuestionamiento de la actitud de Thompson sería en este punto coherente.

La materialidad de la experiencia de la explotación.

Las narraciones históricas de Thompson concentran sus esfuerzos en la historificación de los procesos en caliente que arranca del relato de los sujetos sociales concretos. Una historificación que escucha y rescata el proceder en marcha de la historia, las desenvolturas y los acontecimientos desencadenantes, al mismo tiempo reproductivos y que abren la puerta a posibles rupturas. Un ejemplo aplicado de las nociones de Thompson es el tratamiento de la explotación que realiza a través del rastreo de “la experiencia de la explotación”, abordando los procesos estructurantes desde las vivencias interpretadas de los sujetos. De esta manera, el análisis de los procesos de producción se aborda desde la asimilación o contestación de los sujetos en su vida cotidiana. Los colectivos y sujetos concretos son los que toman para sí, o reproducen en sí desde sus posiciones diversas y desigualitarias en el proceso social, la producción y distribución de recursos materiales. Un planteamiento cercano a las propuestas de Gramsci o Williams en relación con la cuestión social de la hegemonía[13] como un juego de contrapesos, de interpenetraciones asimétricas, de poderes negociados, de legitimaciones complejas. La clase se construye contradictoriamente entre posiciones sociales asimétricas, haciéndolas necesarias entre sí. No puede por tanto entenderse la noción de  clase desde el punto de vista manifestativo como un conjunto sumado de individuos que comparten unas condiciones de vida, unas características y unos rasgos, por el contrario, la "noción de clase entraña la noción de una relación histórica. Como cualquier otra relación, es una fluidez que evade el análisis si intentamos congelarla... La mejor tejida red sociológica no puede darnos un espécimen puro de clase, no en mayor medida que nos la pueda dar de deferencia o amor. La relación tiene que estar siempre encarnada en gente real y en un contexto real... No podemos tener amor sin amantes, ni deferencia sin propietarios y trabajadores. Y la clase se da cuando algunos hombres, como resultado de experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan su identidad de intereses como la de sus personas, y contra otros hombres cuyos intereses son diferentes de los de ellos (y generalmente opuestos)” [14].

Thompson participa pues de la idea de que la clase no puede ser definida como un mecanismo de socialización o un resultado de los procesos de estratificación social cuyas leyes sean validas para cualquier época y circunstancia, en la medida en que la agencia de su mecanismo pueda actuar gracias al encuadramiento objetivo en un determinado lugar de las relaciones sociales de producción. Tampoco plantea que sea posible —invirtiendo el camino que iría del concepto a su referente empírico— establecer la pertenencia definitiva a una u otra clase social de un individuo o grupo de individuos. Sin embargo, su apuesta interpretativa encarnada en lo real pasa por devolver al terreno de la interpretación empírica de la historia un concepto que ha sido desprovisto por completo de tal virtualidad a manos de la concepción totalitaria del estructuralismo de la clase o de la ideología, o que la ha visto por completo mixtificada o trivializada en el reduccionismo funcionalista que identifica una equivalencia del nivel de ingresos con la posición de clase. Se propone entonces la clase como un nivel interpretativo de los procesos de acción colectiva y de construcción cultural, cuyo sentido debe ser aprehendido en la historia, pero nunca ser reducido a los puros acontecimientos que tienen lugar en un momento determinado de la misma[15]. De esta manera, la relación entre cultura, clase ¾en tanto que formación social histórica y concreta¾ y relaciones de producción tiene una articulación en la que “la cultura puede ser entendida como los modos en que el ser humano se halla imbricado en particulares, determinadas relaciones productivas. Ciertos sistemas de valores son ‘concordantes con ciertos modos de producción y ciertos modos de producción y de relaciones productivas... son inconcebibles sin sistemas de valores consonantes’ (...) En conjunto ¾reinterpretando Johnson a Thompson¾, no es la relación modo-de-producción-cultura lo que concierne a la historiografía culturalista, sino la relación cultura-clase” [16].

En este sentido, “la aplicabilidad de la concepción de Marx de las relaciones de producción (la medida en que las relaciones sociales pueden ser conceptualizadas como relaciones de clase, y la medida en que las relaciones sociales pueden ser conceptualizadas como formas diferenciadas de las relaciones de producción) no es algo que pueda ser determinado a priori. Debe ser determinado a través de la investigación histórica que examine la realidad práctica de la interacción diaria de hombres y mujeres en una sociedad particular. Como todo concepto, el concepto de ‘relaciones de producción’ tiene sus límites, los cuales no pueden ser conocidos a priori” [17]. El punto de vista integral de Thompson nos conduce a pensar en la necesidad de la concreción en todas las dimensiones de la dinámica social, y, en su enfoque determinado, dedicando la aproximación más intensa a los fenómenos de las prácticas cotidianas de los sujetos sociales. O lo que es lo mismo, a situar al sujeto en la estructura, y a las estructuras (relaciones de producción de una formación social concreta, articuladas dinámicamente en culturas o procesos sociales totales determinados históricamente) como producto de los sujetos en un proceso en el que “la estrategia del investigador histórico/social ha de ir encaminada a la reconstrucción e interpretación significativa de la totalidad de un proceso o formación social determinados (en un cierto ámbito espacio-temporal), partiendo de las representaciones, intenciones y acciones culturalmente configuradas de los actores sociales, e incorporando la consideración —como producto de acciones precedentes— del contexto cultural en que aquéllos operan, es decir, partiendo de la experiencia humana para moverse «más allá de la particularidad de las experiencias específicas a fin de comprender la totalidad en movimiento»” [18]

Conciencia y práctica de clase: entre la subjetividad de la experiencia y la materialidad de la cultura


            Dentro de las obras más estrictamente historiográficas de E. P. Thompson, una noción ¾sólo explícitamente teorizada a posteriori¾ es utilizada de forma frecuente y flexible: la noción de experiencia. La «experiencia» funciona en las narraciones de los procesos históricos ¾y muy particularmente en La formación de la clase obrera en Inglaterra¾ como parte de un esfuerzo por resolver a través de una síntesis provisional las aporías teóricas en torno a la oposición estructura-acción. Sin embargo, ha tenido que funcionar también, a través de las diversas polémicas suscitadas por la obra de Thompson, como arma arrojadiza frente a un idealismo estructuralista que tiende a negar la subjetividad y la acción humana como factores esenciales de la interpretación histórica. Como tantas nociones e interpretaciones de la obra de Thompson no es posible escindir el lugar que ocupa en los trabajos empíricos de su sentido como esbozo teórico para la reconstrucción y revitalización de la teoría marxista ¾específicamente frente al progresivo cierre conceptual del estructuralismo althusseriano¾ ni, evidentemente, de la posición política que implica. Pero antes de tratar de fijar un sentido de la noción de experiencia en oposición al estructuralismo, ésta era ya un pilar fundamental en tanto lugar de condensación de lo individual y lo colectivo, lo material y lo cultural, lo subjetivo-construido y lo estructurado. En definitiva, las experiencias de la clase obrera inglesa se dibujaban para Thompson como ese espacio intermedio en que se cruzan las múltiples determinaciones que la encuadraban como clase social ¾revolución industrial, cambio demográfico, explotación colonial, expansión comercial, etc.¾ con su propia capacidad para constituirse de forma reflexiva y colectiva en sujeto social. Por tanto esta idea de experiencia afecta a la totalidad de la metodología de Thompson puesto que pretende reconstruir algo que debe definirse a través de las huellas y narraciones de las vivencias de los propios sujetos ¾y que no es posible relatar por el historiador situado fuera de los procesos¾.

“Pretendo rescatar al obrero del punto, al caído ludita, al «anticuado» tejedor a mano, al «utópico» artesano, e incluso al engañado seguidor de Joanna Southcott, de la enorme condescendencia de la posteridad. Sus oficios y tradiciones podían estar muriendo. Su hostilidad hacia el nuevo industrialismo pudo ser añoradiza, un mirar atrás. Sus ideales comunitarios pueden haber sido fantasías. Sus conspiraciones insurreccionales pueden haber sido temerarias. Pero ellos vivieron esos tiempos de aguda perturbación social, y nosotros no. Sus aspiraciones eran válidas, en términos de su propia experiencia...”[19]

            Estas declaraciones de un cierto situacionismo y la utilización flexible y ambigua de la idea de experiencia van a convertir a esta noción en objeto predilecto de las críticas realizadas a la obra de Thompson desde distintas posiciones teóricas. Fundamentalmente, el énfasis en el carácter subjetivo de la experiencia y en la capacidad que otorgaría a los sujetos sociales para reconstruirse (como identidad colectiva diferenciada) y reconstruir su lugar en la sociedad mediante el conflicto social y político, abre la vía para una lectura culturalista de la obra del historiador inglés. “El uso que Thompson hace de la categoría experiencia ¾dirá, por ejemplo, Miguel Caínzos¾ termina por abocarlo a la disolución de la estructura en la acción, del ser social en la experiencia y, por tanto, a la sustitución de la dialéctica entre ser y conciencia social por la interacción entre experiencia y conciencia, es decir, entre el aspecto vivencial y el aspecto cultural de la subjetividad”. [20] En este punto, la condena que realizan de culturalismo los estructuralistas o sus reformuladores al marxismo heterodoxo humanista, que profesarían los más cercanos a Thompson (especialmente Eugene Genovese en sus trabajos sobre el esclavismo en Norteamérica), es una constante. Desde esa acusación se dice que la elusión de cualquier concepto y materialidad estructural convierte esa experiencia sino en un residuo positivista sí en un elemento que mitifica la acción humana desprovista de restricciones o contextos situantes. Una experiencia que en su empirismo puede glorificar lo particular pensando que los hechos narrados son los hechos acontecidos, con lo cual se enfrentaría la noción de experiencia a un desdibujamiento explicativo, a una reducción por un lado hacia lo particular y lo interpersonal ¾hasta llegar al decir de algunos autores a una posición metodológica individualista[21]¾ y, por otro lado, hacia la dimensión cultural de los procesos históricos. En ella la marcha de las estructuras y su determinación no parecen prestar una información rigurosa de las contradicciones sociales. Desvestida la acción humana de límites, argumentarían las posiciones estructuralistas, se produciría un salto idealista y romántico hacia un voluntarismo, que sólo contiene la totalidad social bajo la forma de una difusa cultura compartida o combatida. Un autor como Richard Johnson observa, “no sólo en este método el culturalismo se aparta del marxismo. Suprime asimismo los más substantivos logros de Marx: el análisis de las formas, tendencias y leyes del modo de producción capitalista”[22].

            Sin embargo, desde la posición de quien trató de convertirse en mediador en la polémica Thompson-Althusser, la crítica al culturalismo de Thompson se refiere más bien a una simple cuestión de énfasis. Para Perry Anderson a lo largo de La formación de la clase obrera en Inglaterra habría una laguna ¾más empírica que teórica¾ en el examen de los procesos materiales del medio y largo plazo. “El advenimiento del capitalismo industrial en Inglaterra ¾afirma Anderson en Teoría, política e historia¾ es un telón de fondo fatal para el libro más que un objeto directo de análisis por derecho propio. El resultado es una desconcertante falta de coordenadas objetivas a medida que se desarrolla la narración de la formación de la clase”[23] Las críticas se dirigen entonces no hacia la vieja historia événementielle ¾como la llamaran despectivamente desde la Escuela de los Annales¾, cerrada en el hecho político del corto plazo, sino hacia una nueva historiografía mucho más ambiciosa e incluso más directamente enfrentada ¾como los años se han encargado de demostrar¾ a los principios de Annales. Una nueva historiografía construida desde la voz del «anticuado» tejedor o el «utópico» artesano que parecía querer interpretar una historia del medio y largo plazo que no pasase por la anterioridad metodológica de las estructuras. Donde incluso el tiempo largo fuera marcado por el ritmo de la acción conflictiva de grupos, comunidades y clases sociales. Es evidente entonces que, en contraste con la historiografía social dominante aquellos años en el continente, Thompson trabaja prestando especial atención a los aspectos de la voluntad humana, las subjetividades y las percepciones de los seres humanos, sin dedicar, en contraste, el mismo empeño de análisis en las grandes tendencias del desarrollo capitalista. La experiencia de los mismos sujetos en su situación histórica, en definitiva, es la base del cambio social porque es ella la mediación fundamental que define el devenir de las prácticas sociales. El efecto reflexivo de las experiencias compartidas es el fundamento que orienta la acción social en la medida en que dibuja los elementos de interpretación del conflicto de clase ¾y, por tanto, las alternativas de cambio histórico¾.

            No obstante, la presión estructuralista en su obsesión analítica ¾en parte animada por el propio carácter «provocador» de las tomas de posición teórica de Thompson¾ exige una explicitación teórica y precisa de la noción de experiencia que revela sus propias limitaciones como categoría teórica. La experiencia es escindida en dos indisolubles manifestaciones ¾de un modo, bajo nuestra óptica, excesivamente analítico¾ a través de las que Thompson rompe su dialéctica entre lo teórico y lo empírico en aras de una clarificación conceptual.

“Experiencia es exactamente lo que constituye el empalme entre cultura y no cultura, la mitad dentro del ser social, la mitad dentro de la conciencia social. Quizás podríamos llamarlas experiencia I –la experiencia vivida– y experiencia II –la experiencia percibida–[...] La experiencia I está en eterna fricción con la conciencia impuesta y, al abrirse paso, nosotros, que luchamos en todos los intrincados vocabularios y disciplinas de la experiencia II, recibimos momentos de franqueza y oportunidad antes de que se imponga una vez más el molde de la ideología”[24]

            Queda claro el trasfondo político que, en último término, encierra la discusión teórica en torno a la experiencia reflexiva de los sujetos. Frente al cierre del sujeto sujetado por los aparatos ideológicos de la hegemonía burguesa el historiador busca recuperar la memoria de los momentos de oportunidad y apertura para precisamente cuestionar dicha hegemonía. Se trata de rescatar la dialéctica propia de la noción de superestructura en Marx según la cual en la misma medida en que “en la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad... [se desenvuelven también dentro de] formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en suma, ideológicas, dentro de las cuales los hombres cobran conciencia de este conflicto [en el seno de las relaciones sociales de producción] y lo dirimen”[25]. El paralelismo con la dialéctica que intenta establecer Thompson entre las experiencias I y II, un paralelismo limitado en la medida en que se encuentra encerrado en una polémica teórica, no puede ser más evidente. Por un lado, afirma Thompson, “lo que vemos –y estudiamos– en nuestra labor son acontecimientos repetidos dentro del «ser social» –acontecimientos, de hecho, que a menudo son consecuencia de causas materiales que suceden a espaldas de la conciencia o de la intención– que inevitablemente dan y deben dar origen a la experiencia vivida, la experiencia I”. Acontecimientos que, por otro lado, “no penetran instantáneamente como «reflejos» en la experiencia II, pero cuya presión sobre la totalidad del campo de la conciencia no puede ser desviado, aplazado, falsificado o suprimido indefinidamente por la ideología”[26].

            Este esfuerzo aclaratorio de Thompson resulta del intento de hallar una expresión teórica más precisa dentro de la oposición al estructuralismo francés. En gran medida sus precisiones reducen y diluyen la fuerza de la noción de experiencia, precisamente al levantar una frontera entre dos dimensiones de algo que no puede ser escindido, salvo de un modo meramente metodológico. Detrás de todo ello se encuentra la batalla política de quien es capaz de considerarse autocríticamente «voluntarista»[27] –contra los determinismos del economicismo– por subrayar el carácter determinante de la experiencia vivida y percibida: “¿De qué otro modo, en una época como la nuestra, vamos a suponer que pueda haber alguna vez un remedio humano a la dominación hegemónica de la mente, las falsas descripciones de la realidad que diariamente reproducen los medios de comunicación?”[28].

            Desde esta posición política y teórica las experiencias de los sujetos no pueden ser reducidas a un mero subproducto de las dinámicas internas del capitalismo o el modo de producción del que se trate, sino que contienen el eje articulador entre sujeto y estructura, tradición y expectativa, pasado y futuro, hecho y acción, ser y conciencia. De este modo, podríamos interpretar que un trasfondo teórico marxista conduce precisamente a buscar las raíces de la experiencia común de clase, como ocurre explícitamente en el capítulo dedicado a la explotación en La formación de la clase obrera en Inglaterra. Justamente el material histórico desde el que es posible interpretar las motivaciones situadas de los sujetos sociales. En este sentido, aunque está ausente del texto, no creemos, por nuestra parte, que se ignore el funcionamiento tenso de la explotación expresada como síntesis teórica de una formación social concreta –quizá como una simplificación más o menos lúcida con propósito de ser comunicada comprensiblemente–, sino que se recurre a la observación y reconstrucción de la relación vivida e interpretada por los mismos colectivos y personas sujetas a esa relación social histórica, que jamás puede reducirse a una fórmula si ésta no sirve para condensar, y ser constantemente matizada e incluso transformada en su constitución provisional y contradictoria, los procesos sociales en marcha. Porque la fecundidad de la noción de experiencia nos aporta el origen del cambio y el conflicto social latente, puesto que cualquier reduccionismo determinista nos abocaría a proyectar evoluciones mecánicas, sean bajo la base de mitificaciones revolucionarias ineluctables o dominaciones perfectas inevitables, siempre efectos predecibles por un modelo teórico ideal. Muy al contrario la noción de experiencia, como punto de aproximación a los acontecimientos sociales –sin duda alguna estructurados, incluso muchas veces muy estructurados-, nos proporciona la visión de la fluidez de las rupturas, las reproducciones, las reformulaciones o cualquier matiz que constantemente actualizan una formación social y las relaciones de producción históricas que le son propias siempre de modo inconcluyente. En este sentido, el curso de la historia y su estructuración relativa es permanentemente desbordada por el sentido activo que le prestan los sujetos concretos. Y sólo contando con ellos, en un esfuerzo por contener y trascender sus experiencias particulares, es posible llegar a una síntesis general de los conflictos encerrados en una formación social:

“La fetichizada fragmentación de las relaciones sociales capitalistas es criticada desde el punto de vista de la experiencia de aquellos que viven dentro de esas relaciones sociales, pues solamente desde este punto de vista la unidad de las relaciones sociales capitalistas puede ser entendida, y sólo desde ese punto de vista la fragmentación de aquellas relaciones sociales puede ser superada. Esta experiencia no es la de individuos atomizados, sino una experiencia de clase, la experiencia colectiva de la opresión en todas sus formas. La unidad de esta experiencia es realizada y expresada a través de la cultura de clase.”[29]

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            Pese a la poca atención empírica prestada a lo que Perry Anderson llamaba el telón de fondo del advenimiento del capitalismo industrial, ese telón de fondo convertiría entonces a la experiencia en experiencia de clase. Pero el sustrato común de la materialidad inmediata vivida no es más que el primer momento –analítico– de la formación de una clase. El conjunto de dimensiones que abarca el proceso de formación de la clase contiene también prácticas comunes y nociones compartidas de identidad social. En este sentido, en el devenir que construye la clase social como sujeto histórico –dentro de la interpretación thompsoniana– parece necesario incluir la expresión política de la clase, es decir, la institucionalización –en partidos, asociaciones, ritos, fiestas, etc.– de los colectivos que coinciden en experiencias comunes semejantemente interpretadas. Y, sin duda alguna, en los trabajos historiográficos de Thompson esta dimensión «institucional» –como suele denominarla él mismo– será el objeto central de la reconstrucción empírica. De esta forma, los «términos culturales» en los que se manifiesta la formación de una clase social “encarnándose en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales” –pese a que “la experiencia de clase está ampliamente determinada por las relaciones productivas”[30]–, son la única manifestación concreta, con sus ambigüedades, avances y retrocesos, que puede rastrear el historiador si su intención es reconstruir el funcionamiento histórico real de la clase.

“Para un historiador, y [...] sobre todo para un historiador marxista, atribuir el término de «clase» a un grupo que carece de conciencia de clase o de cultura de clase y que no actúa en una dirección de clase, es una afirmación carente de significado [...]. Una clase no puede existir sin alguna forma de conciencia de sí, si no, no es o aún no es una clase: es decir, aún no es «algo», no tiene ninguna especie de identidad histórica”[31]

            Desde este punto de vista, podría entenderse que el trabajo documental acometido por Thompson subordina la aproximación analítica e histórica de las dinámicas del modelo general de desarrollo capitalista, sustituyendo a veces los procesos contradictorios latentes de la dinámica sociohistórica de una formación social por la manifestación explícita del conflicto de clases (la marcha de los partidos políticos, organizaciones sindicales, instituciones de antagonismo y culturas de clase). Coincidimos con él en que no basta con recurrir a los procesos de medio y largo plazo del devenir de las fuerzas productivas y modos de producción para alcanzar a situar el marco de las luchas expresas de clase, pues sería ignorar la frescura de la historia en sus dinámicas concretas e inmediatas. Y desde esta posición, sólo comprensible en oposición al estalinismo y como apoyo a la movilización política anticapitalista, Thompson enfatizará que la tensión social contemplada desde esa perspectiva más centrada en el desarrollo de las fuerzas productivas del modo de producción capitalista nos dice poco sobre la orientación que va a tomar el conflicto de clase, precisamente porque sólo los procesos de formación consciente de la identidad y la materialización concreta de instituciones antagonistas, que configuran la correlación de fuerzas, son los que definen, en el calor o en el frío de la historia, el sentido de los cambios.

            Ahora bien, es evidente que Thompson interpreta que la formación de estratos sociales producidos históricamente por un contexto de relaciones de producción y formaciones sociohistóricas determinadas –asimismo configuradas por la larga fricción tensa entre las clases sociales de cada época, periodos pasados que conforman el presente–, también ayuda a entender el origen de la tensión social y la institucionalización del conflicto. Desde nuestra óptica, sin embargo, la atención de Thompson sobre estos últimos fenómenos en torno a la conciencia de clase trasladaría el conflicto a un campo real aunque más superficial y en el nivel de lo desencadenante[32], justamente en los procesos históricos de corto plazo, en caliente. Por ello, una primera limitación de esta reconstrucción institucional del conflicto surgiría precisamente por la tendencia de Thompson a definir la cultura de clase a través de sus expresiones directas o «maduras» ¾instrumentos de antagonismo, partidos, sindicatos, discursos, etc...¾. Este es uno de los puntos sobre los que se asienta la crítica al carácter excesivamente «culturalista» de la reconstrucción de la formación de la clase obrera en Thompson, quien asignaría un papel fundamental a la tradición, y en ese sentido a las culturas previas, en tanto que material histórico para concretar una experiencia de clase común. Lo cual, como ya apuntamos en su sitio, sería ignorar la latencia de construcción de estratos sociales, clases en sí, que definirían el marco de tensiones (que no su orientación) a la hora de formar una clase consciente para sí. Dicho así, coincidiríamos con Johnson en decir que “la reducción de ‘clase’ a ‘conciencia de clase’ y organización de clase, o a cómo hombres y mujeres sienten las relaciones sociales, representa un serio empobrecimiento de las categorías marxistas”[33]. Y es difícilmente justificable, aún en el marco de las polémicas teóricas con el estructuralismo, que Thompson llegue a afirmar, desde nuestro punto de vista de un modo exageradamente provocador, que no podemos hablar de clase social sin conciencia de sí misma –con todos los problemas teóricos que la conceptualización de la conciencia de clase conlleva en el propio esquema de Thompson–. Porque la debilidad de este acercamiento a la formación de la clase obrera reside en que tiende a convertir la clase “en una relación colectiva intrasubjetiva” donde las “metáforas de ‘relaciones personales’ son las más usadas para encapsularla”[34]. De manera que, tratando de precisar su posición, Thompson concreta la clase como “un cuerpo definido muy sueltamente, un cuerpo de personas, naturalmente, que comparte unos mismos conjuntos de intereses, experiencias sociales, tradiciones y sistemas de valores, que tienen una disposición a comportarse como una clase”[35]. No obstante, no parece que Thompson mantenga una noción de la construcción de la clase de esas características, sino que situaría la formación de la misma en el proceso totalizador de la lucha de clases, anterior y constitutiva de la dinámica social. Es evidente que dicha totalidad no puede ser abarcada por el trabajo empírico individual por lo que Thompson se remite a un trabajo colectivo[36] cuyos principios teóricos transcienden la idea de clase como una simple “relación colectiva intrasubjetiva”. Nos quedamos con la interpretación de Thompson que ha tratado de sintetizar Clarke en el debate recogido en Hacia una historia socialista:

“Esta fundamental relación social [del trabajo asalariado] no puede ser definida simplemente como una relación económica: es una relación de poder de clase, sostenida y reproducida por medio ‘económicos’, ‘políticos’ e ‘ideológicos’, es una relación de clase que penetra toda institución de la sociedad capitalista, por la sencilla razón de que en el seno de una sociedad de clase la gente entra en relaciones sociales como miembro de clases sociales particulares. El poder de clase por lo tanto, aparece en una serie de formas institucionales diferentes. (...) Así, mientras las relaciones de producción no pueden ser reducidas a ninguna forma particular en la que aparezcan, tampoco tienen ninguna existencia independientemente de la totalidad de las relaciones sociales por medio de las cuales se manifiestan las relaciones de clase”.[37]

            Semejante concepción de la clase social no puede ser asumida, no sólo por el estructuralismo althusseriano, sino en general por toda una tradición marxista para la que la posición de clase condiciona enormemente la conciencia y para la que, en términos lógicos y metodológicos, dicha posición es previa a la conciencia. Tradición que necesita escindir los espacios definidos por la metáfora «base/superestructura» que con tanta rotundidad siempre rechazó Thompson. A partir de la separación analítica entre la posición de clase y la cultura podría definirse la clase social sin imponer una relación mecánica que lleve de la primera a la segunda. En los términos de Gerald A. Cohen: “somos perfectamente libres de definir la clase, con mayor o menor precisión (quizá incluso con precisión «matemática»), haciendo referencia a las relaciones de producción, sin inferir de ello, como según Thompson estamos obligados a hacerlo, que la cultura y la conciencia de una clase pueden ser fácilmente deducidas de su posición objetiva dentro de las relaciones de producción”[38].

            Convertida la polémica en una cuestión prácticamente filológica, quizá en gran medida debido a algo tan sencillo como la pulcritud de un historiador que no quiere designar a un grupo con un nombre distinto del que el propio grupo emplea para denominarse, el problema de fondo sigue siendo la insistencia de Thompson en la necesaria historificación del concepto de clase frente a las concepciones estáticas o «platónicas». En su artículo “La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿lucha de clases sin clases?”, las clases sociales se definen como “casos especiales de las formaciones históricas que surgen de la lucha de clases”[39], dentro de una reformulación teórica que trata de matizar precisamente la identificación estricta entre clase y conciencia de clase. La defensa del carácter más universal del concepto de luchas de clase –aplicable con capacidad heurística a períodos históricos anteriores al capitalismo– trata de situar el acento en la práctica material y cultural de las formas del conflicto, sin la necesidad de hacerlo en referencia a alguna teoría o modelo sobre la relación «posición de clase/ideología» en función del cual sean valorados los intereses concretos de los sujetos históricos –sean éstos la plebe, el estamento, la aristocracia o las clases burguesa y proletaria–. Desde este punto de vista, no basta con recurrir a las relaciones de producción para asociar y hacer corresponder a los estratos sociales con su posición ideológica, y terminar diciendo que si una capa o segmento social no ha madurado la teoría que expresa su posición social es que incurre en «falsa conciencia». Al contrario, la formación relativamente consistente de una clase no puede entenderse como un ajuste exacto entre posición social y postura ideológica. Esta debe comprenderse como un proceso temporal de aprendizaje, acumulación de experiencias y forjamiento de cultura propia e instituciones que materializan su expresión. Y precisamente porque no se produce el ajuste inmediato, precisamente porque no hay una teoría universal de la postura ideológica idónea en correspondencia con el lazo en las relaciones de producción en que se encuentre, no tiene sentido alguno hablar de falsa conciencia. El nivel y campo de la conciencia constituye una dinámica, concretamente situada en el devenir de la lucha de clases.

            En definitiva, no se trata de sustituir el análisis histórico de los procesos contradictorios profundos por los de la manifestación consciente de la construcción de la clase. Al contrario, nosotros nos quedaríamos con una aproximación dinámica que concisa el conflicto en su doble e inseparable dialéctica, sin hacer corresponder ninguna base a ninguna superestructura ¾conceptos cerrados cuyo corte analítico se sitúa a partir de arbitrarias fronteras[40], muchas veces confundiendo¾, sin planear platonismos transhistóricos que no traen más que deseadas tendencias ineluctables que hacen ajustar posición social pura e ideología ideal. El objetivo no es otro que trascender en el análisis empírico la dualidad «base/superestructura» para eliminar la problemática de la alienación que involucra, de forma que “la conciencia de clase no es contemplada como actualización de una razón de orden superior —afirma Caínzos interpretando el enfoque teórico de Thompson—, sino como respuesta de los actores a sus condiciones de vida y como ordenación y elaboración significativa de su experiencia”[41]. La formación de la clase obrera no puede separarse entonces del desarrollo de una cultura material que abarca de los sistemas de valores a las tabernas y casas del pueblo y donde “la conciencia, en este preciso sentido, es un ser social. Es la posesión, a través de relaciones y desarrollos sociales específicos y activos, de una precisa capacidad social”[42]. El material de los símbolos y cultura de un grupo social enraizado en la experiencia común de una sociedad basada en relaciones de explotación –y no en la vivencia psicológica individual– es la expresión concreta de una conciencia que “no puede ser ni «verdadera» ni «falsa»: es, simplemente, lo que es”[43]. Sin embargo, esta insistencia en el carácter material de la cultura que surge de un proceso de interrelación conflictiva, si bien responde a la mayor parte de las acusaciones de «culturalismo» que ha recibido el trabajo de Thompson, sigue sin abordar el principio teórico por el que se trascienden las experiencias particulares de grupos sociales fragmentados para encuadrarlos bajo la idea de luchas de clase.

“En ciertos momentos de endurecimiento de la lucha, segmentos de la clase obrera alcanzan, no importa cuán imperfecta e imprecisamente, una conciencia de su lucha como lucha de clases, como la lucha consciente de una clase explotada y oprimida contra una clase de opresores y explotadores. Pero sólo podemos pretender que esta conciencia es privilegiada en algún sentido si podemos establecer que es en algún sentido verdadera, que la unidad conseguida en la lucha no es una unidad puramente subjetiva, sino que tiene también un fundamento objetivo. Así, tenemos que establecer que las experiencias fragmentadas de la clase obrera, cualquiera que sea la conciencia que miembros de ella puedan tener de estas experiencias, son en realidad formas fetichizadas y diferenciadas de una unidad más fundamental, la unidad de experiencia de clase que es apuntalada por la unidad objetiva de las relaciones de producción de clase[44]


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[1] Thompson, E.P.; 1984:317
[2] Thompson, E.P.; 1983:313
[3] Como afirmara con brillantez el propio Thompson (1981:121); "El marxismo, en las decisivas emergencias de los golpes fascistas y de la segunda guerra mundial, empezó a tomar los acentos del voluntarismo. El vocabulario incorpora con mayor énfasis —como ya lo había hecho en Rusia después de 1917— los términos activos de acción, opción, iniciativa individual, resistencia, heroísmo y sacrificio (…) Las mismísimas condiciones de la guerra y la represión —la dispersión de los militantes por los ejércitos, los campos de concentración, las unidades guerrilleras, las organizaciones clandestinas e incluso el aislamiento— los puso frente a frente, como individuos, ante la necesidad de recurrir al juicio político y a la actividad. Cuando el grupo guerrillero volaba un puente estratégico, parecía que estaba "haciendo la historia"; cuando las mujeres resistían los bombardeos o los soldados aguantaban frente a Stalingrado, parecía que la historia dependiera de su aguante. Fue una década de héroes, y había Che Guevaras en cada calle y en cada bosque. La infiltración en el vocabulario marxista procedió de una dirección nueva: la del liberalismo auténtico (las opciones del individuo autónomo) y quizás también la del romanticismo (la rebelión del espíritu contra las leyes de la realidad). Fue a la poesía, más que a la ciencia natural o a la sociología, a la que se dio la bienvenida como una prima hermana (…) lo que dejó fueron los huesos de nuestros hermanos y hermanas más heroicos blanqueándose en las llanuras del pasado bajo un alucinado sol utópico. Y sin duda (aunque un asunto menor) una guerra —una confrontación necesaria e histórica— que fue ganada. Pero no puedo desconocer el hecho de que mi propio vocabulario y mi propia sensibilidad quedaron marcados por esta desgraciada etapa formativa. Incluso ahora tengo que agarrarme fuerte cuando siento retrotraerme a la poesía del voluntarismo. Es una triste confesión, pero la prefiero incluso hoy al vocabulario "científico" del estructuralismo".
[4] Se trata de una experiencia recogida en parte dentro de la obra de Samuel, Raphael et. al. (1984), Historia popular y teoría socialista, Crítica, Barcelona. En cuanto a las circunstancias de la escritura que rodean su gran obra La formación de la clase obrera…; "No era un libro escrito para un público académico. Mi trabajo durante muchos años había sido el de tutor en la educación de adultos, dando clases por las noches a trabajadores, sindicalistas, gente de cuello blanco, maestros, etc. Este público estaba presente, y también el público de izquierdas, del movimiento obrero y de la nueva izquierda. Pensaba es este tipo de lector cuando escribí el libro".
[5] Marx, K. (1971) El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, , Ariel, Barcelona, p.16.
[6] Anderson, P. (1979) Consideraciones acerca del marxismo occidental, S.XXI, Madrid; (1986) Tras las huellas del materialismo histórico, S.XXI, Madrid; (1979) Consideraciones acerca del marxismo occidental, S.XXI, Madrid.
[7] Anderson, P., (1986, :35).
[8] Op. cit.
[9] Léfebvre, Henri (1975); Lógica formal, lógica dialéctica, Madrid, SXXI. (pág. 69).
[10] En relación a su obra de carácter más teórico: “Miseria de la teoría fue una intervención política que salió de una editorial socialista e iba dirigida a la izquierda” (Thompson, E.P.; 1983:309)
[11] Clarke, Simon, 1983:161
[12] En este sentido, por ejemplo, Johnson, observa dos extremos a evitar, situando en ellas a Thompson, posiblemente de un modo oportunista aunque deduciendo de ciertas exageraciones de Thompson: “En realidad, hay asociadas dos reducciones. La primera es una reducción de clase y de formaciones sociales a relaciones entre grupos de gente (la característica fijada por el ‘humanismo teórico’ de los althusserianos); la segunda es la característica reducción de ‘culturalismo’, una concepción reducida de lo económico” (Johnson, R. 1983:71)
[13] “Necesitamos sobre una forma de comprender el momento subjetivo de la política que acepte la fuerza del argumento de que los seres humanos reales y concretos se construyen y fragmentan en las relaciones en que están implicados activamente y, pese a ello, pueden participar en luchas conscientes e integrales para transformarlas” (Johnson, R.; 1983:298)
[14] Thompson, en The Making, p.9. citado en Johnson, R. 1983:72
[15] Evidentemente, un uso semejante del término clase, no puede menos que situar en posición de inferioridad académica a los que defienden conceptos tan escasamente susceptibles de una rígida formalización. Como observa con desparpajo el propio Thompson (Miseria de la teoría : 78);  "Los conceptos y las reglas históricos a menudo son de esta clase. Muestran una gran elasticidad y admiten muchas irregularidades; el historiador parece alejarse del rigor al sumirse en las más amplias generalizaciones en un momento, mientras que en el momento siguiente se sume en las particularidades que determinan un caso concreto cualquiera. Esto provoca desconfianza, incluso risa, en otras disciplinas. El materialismo emplea conceptos de igual generalidad  y elasticidad —"explotación", "hegemonía", "lucha de clases"—, y los emplea más como expectativas que como reglas. E incluso categorías que parecen ofrecer menos elasticidad —"feudalismo", "capitalismo", "burguesía"— aparecen en la práctica histórica no como tipos ideales que se llenan de contenido a lo largo de la evolución histórica, sino como enteras familias de casos especiales, familias que incluyen a huérfanos adoptados y a reto os de la mezcla de razas tipológicas. La historia no sabe de verbos regulares."
[16] Citado por Johnson, 1983: 66.
[17] Clarke, Simón; 1983:144
[18] Caínzos; 1989:14, interpretando a Thompson.
[19] Thompson 1963:13 The Making of the English Working Class, en Johnson, R. 1983:62
[20] Caínzos, 1989:39
[21] Para una crítica desde este punto de vista veáse Caínzos (1989).
[22] Johnson, R. 1983:83
[23] Anderson (1985: 35).
[24]Thompson, E.P.; 1983: 314-315
[25] Marx 1987: 66-67.
[26] Thompson, E.P.; 1983:314
[27] Con respecto al punto de vista de Thompson sobre el sentido histórico de un cierto voluntarismo entre la militancia durante el auge de los fascismos y la II Guerra Mundial, véase su reflexión dentro de la nota a pié nº4.
[28] Thompson 1983: 315.
[29] Clarke, Simon; 1983:146
[30] Thompson, en Caínzos; 1989:18.
[31] Thompson, E.P.  1991: 29-30
[32] Entiéndase que, a un nivel didáctico, se informe y estructuren los acontecimientos estructurantes del devenir en procesos determinantes, dominantes y desencadenantes.
[33] Johnson, R 1983:84
[34] Johnson, R. 1983:73
[35] Thompson, en Caínzos; 1989:10
[36] "Queda una cuestión sobre su impresión de que hay una especie de silencio en mis escritos con respecto a análisis económicos serios. Esto es en parte consecuencia de formarte tu propia idea de lo que puede ser la propia contribución, sintiéndote simultáneamente parte de un "colectivo". ¿Comprende? Tengo camaradas y compañeros como John Saville y Eric Hobsbawm y muchos otros, que son historiadores económicos muy sólidos. Son mejores en este sentido que yo, de modo que tiendo a suponer que mi trabajo se sitúa en un planteamiento más amplio[...] Lo que se necesita es volver al discurso colectivo otra vez." Thompson, 1989: 318
[37] Clarke, Simon, 1983: 141-142
[38] Cohen 1986: 83. Anderson considera esta crítica como definitiva para el concepto de clase en Thompson (Anderson 1985: 43 y ss.).
[39] Thompson 1989: 39.
[40] El momento del análisis que divide algo que se dice que es y lo distingue de lo que no es (experiencia I y II, base y superestructura, etc...) puede asociarse con una virtud comunicativa y un límite comprensivo. Dichas escisiones facilitan la expresión de una dinámica que se reduce a una distinción estática, permitiendo el acceso comprensivo a su noción. La frontera entre lo que cabe dentro de un concepto y lo que queda fuera suele asociarse a un límite que, en el mejor de los casos, es un corte arbitrario con pretensión de relevancia significativa medido en términos de un propósito determinado. La cuestión es que en la aproximación a los problemas de la realidad social ésta jamás nombra sus conflictos ni tiene fines predefinidos, por lo que nuestra designación condiciona nuestro abordaje. En este sentido, el corte fronterizo es producto de un lenguaje siempre intencional que puede hallar disuelto su sentido por el tiempo o por la tozudez de la realidad social. De esta manera, en ocasiones la frontera analítica entre A y no A agrupa dinámicas de lo real tan distantes como procesos de oposición, de contradicción, de complementación, de articulación en niveles distintos de mayor a menor consistencia ¾de lo más duro a lo más frágil¾, de secuenciación, o de paralelismo reforzado, etc... Si no tenemos esto en cuenta podemos incurrir en graves desenfoques en nuestra aproximación a la realidad social.
[41] Caínzos 1989: 20.
[42] Williams 1997: 55.
[43] Thompson 1991:31.
[44] Clarke, Simon; 1983:159 (subrayado nuestro).

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