11/3/15

La orientación de la política económica de la UE en el Semestre Europeo 2015. Un esquema injusto y fracasado.


Daniel Albarracín Sánchez. 11 de Marzo de 2015

La Unión Europea, en medio del estancamiento, la deflación y una crisis de balances de una envergadura desconocida desde hace tiempo, emprende el Semestre Europeo con una línea de actuaciones desesperadas y sumamente injustas e ineficaces en materia de política económica.

Básicamente las líneas maestras de su política económica son las siguientes:

·         Ha profundizado hasta niveles drásticos su política monetaria ultraexpansiva, desarrollada por Mario Draghi y su política de adquisición de deuda y facilidad cuantitativa, para regar de liquidez a la economía europea hasta 2016.
Esta política expansiva, tiene un diseño particular. No regará en todos los tiestos de la economía, sino en particular los de los mercados interbancarios, suministrará liquidez para los gobiernos para poder seguir pagando sus deudas –sin acabar con el problema-, y reduce los tipos de interés a niveles prácticamente nulos, sin establecer cauces para que los recursos movilizados vayan a actividades socialmente útiles y creadoras de actividad generadora de empleo en áreas de interés general. Este tipo de política cae en la trampa de la liquidez, y, en un contexto de baja tasa de rentabilidad y alto endeudamiento, contribuirá a dos efectos: que la iniciativa privada o bien aproveche esta situación para tapar sus agujeros de insolvencia, o bien para acaparar bienes raíces fortaleciendo la oligopolización de la economía y el auge de nuevas burbujas (financieras, inmobiliarias, sobre servicios anteriormente públicos, etc…). No promoverá la inversión si no se da una de estas condiciones: una recuperación notable de la tasa de rentabilidad o sin la voluntad política del sector público de animar la inversión pública.

·         Inicia un Plan de Inversiones para Europa, el Plan Juncker, que remueve recursos del ya de por sí irrisorio Presupuesto Europeo y del Banco de Inversiones (en total 21 mil millones de euros), y espera recabar aportaciones de los Estados Miembros que no se contabilizarán en el desfase de déficit público, con el objeto de facilitar garantías públicas a la inversión privada. El objeto es reducir los riesgos de inversión de grandes compañías transnacionales en infraestructuras y actividades con efectos multiplicadores para el crecimiento económico. Con estas garantías públicas, se espera que la inversión privada contribuya con 252 mil millones de euros más, a lo que, con emisiones de bonos por unos 63 mil millones de euros en los mercados de capital, se disponga de un Fondo Europeo de Inversión Estratégica (EFSI), que complete hasta la cifra de 315 mil millones de euros de nuevas inversiones en Europa durante tres años (apenas el 0,8% del PIB europeo anual).

De igual manera, la situación de deflación, estancamiento o crecimiento rampante, alto apalancamiento de los balances empresariales y endeudamiento de las cuentas públicas, con una política de ajuste permanente, que se consagra en una tasa de rentabilidad escasamente recuperada tras el desplome de la Gran Recesión, no invita a pensar en que la inversión vaya a estimularse. Y no basta con apelar a que es preciso “recuperar confianza” porque si se confía la inversión a la iniciativa privada únicamente lo hará con la expectativa cierta de ganancia. Quizá el éxito de este proyecto sólo pueda reportar ventajas al segmento de corporaciones transnacionales privadas que ya tenían descontado invertir en bienes estratégicos e infraestructuras, pero no lo hará de manera amplía, no llegará a las pequeñas empresas ni creará empleo al punto de reducir el paro de manera intensa como se necesita. En suma, garantizará esas inversiones privadas que ya se preveía realizar –seguramente concentradas en los países con ventajas económicas previas, como son los centroeuropeos-, que se quedarán con los beneficios pero si les sale mal lo pagaremos entre todos, socializando pérdidas, pero escasamente lo hará con otras nuevas. La iniciativa privada piensa más en evitar la bancarrota y desinvertir que en emprender nuevos proyectos.

La reclamación además de mayor compromiso con el marco macroeconómico y mayores aportaciones de los Estados Miembros es, por otro lado, contradictoria. La aplicación de políticas de recorte, devolución de deuda y consolidación fiscal constituye precisamente el obstáculo a mayores aportaciones a inversiones europeas. No bastará por sí sólo que estas aportaciones queden fuera de la contabilización de los déficits públicos limitados por el PEC.

·         Reitera la reclamación de “reformas estructurales” y prosigue reclamando las bases del Plan de Estabilidad y Crecimiento, para sostener su política de austeridad, recortes en gastos corrientes y servicios públicos, y las medidas acorde a la denominada consolidación fiscal. Lo hace señalando que los recortes no deben recaer tanto en las inversiones como en el gasto público.
La UE insiste en la política de ajuste, únicamente indicando que hay que acentuar este en el gasto corriente no tanto como en la inversión. Indica sectores de interés en los que convendría invertir (energías renovables, innovación y desarrollo, salud, la educación, etc…) pero pobre medida es aquella que sólo consiste en poner el dedo que apunta a La Luna, sin poner los medios ni las condiciones para alcanzarla. Es más, dice querer evitar la deflación, aumentar el desarrollo sostenible y el crecimiento –un nuevo oxímoron-, generar empleo de calidad y otros deseos dignos de alabanza. Pero la consecución de estos colisiona directamente con las medidas y las condiciones de austeridad que se plantean. Precisamente la medicina que están aplicando es el veneno que impide su consecución.

·         Plantea facilitar cambios en el campo energético confiándolo a un mercado único energético integrado, sin cuestionar el poder oligopólico de las compañías en el campo de las energías fósiles ni en el campo del suministro eléctrico.

En suma, nos encontramos con una política monetaria heterodoxa favorable a las finanzas privadas, el regreso de las burbujas financieras, y la socialización de pérdidas; una política de inversión privatista, mal concebida y exigua; y una persistencia de la política austeridad que seguirá cercenando los derechos sociales y los servicios públicos junto a unas supuestas reformas estructurales en los mercados de trabajo (adaptar la fuerza de trabajo al mercado, flexibilizar las relaciones de empleo), innovación tecnológica y energética que se dejan al amparo de la providencia.


Junto con estas líneas, se formula un discurso de buenas intenciones que persigue satisfacerlo todo meramente en el terreno del deseo y de las palabras, sin poner ninguna medida, o casi ninguna efectiva, para lograrlo. Salvo, si acaso, su obsesión por introducir “medidas de coordinación y supervisión” con “calendarios más exigentes” para acelerar las líneas de política macroeconómica mencionadas con el compromiso de los gobiernos nacionales que habrán de alinearse con este marco. Precisamente las mismas medidas que socavan esos objetivos que se dice defender: creación de empleo de calidad, desarrollo de cambios productivos basados en energías renovables, superar la crisis económica, etc… Y, de una manera, antidemocrática, pasando por encima de lo que los pueblos y los parlamentos empiezan a reclamar en algunos países, y reclaman de manera clara en otros desde hace tiempo. 

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