4/10/12

La clase política, el sistema electoral y el olvido de los que realmente gobiernan (los bancos)


Daniel Albarracín
Septiembre de 2012

Hace unos días se publicó en el Diario El País un artículo de Cesar Molinas titulado “Una teoría de la clasepolítica española” en la que se formaliza algo que coloquialmente está muy extendido: "el problema de nuestra sociedad radica en una clase política corrupta y es necesario reformular el sistema electoral para hacerlo de estilo mayoritario". Un amigo personal, votante de UPyD, me lo hizo llegar y se encendió la polémica. A continuación comparto enlaces a dicho artículo, a otros que supusieron una réplica al mismo y, más abajo, algunas reflexiones personales al respecto que dan respuesta y crítica a dicha argumentación.

Réplicas

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Voy a redactar unas notas aprisa, para dar opinión en medio de una polémica que tiene que ver con el foco de atención que unos y otros tenemos.

Intentaré entrelazar reflexiones que en parte son comentarios acerca de algunas noticias que circulan, y otras consideraciones relacionadas a algo que me preocupa: el riesgo de un golpe tecnocrático autoritario y populista y que, en gran medida, representa, entre otros, UPyD -una opción que es, en suma, una idealización de un sistema fallido que antes representaban PP y PSOE. A partir del fracaso de los resultados de la ideología dominante que los anteriores defienden, UPyD trata de abrirse camino entre el populismo, la ambigüedad y la tecnocracia centralista-, apoyándose en sus mismos parámetros de partida pero prometiendo una eficacia mayor para el mismo esquema.

El diagnóstico de Cesar Molina está hecho a medias, y una media verdad es una gran mentira. Y de una mentira no hay posible propuesta razonable. De hecho, la que plantea es sencillamente detestable y contrademocrático.

En primer lugar, debe caracterizarse el esquema sociopolítico y económico de manera más completa, mejor articulada y más realista. A este respecto cabe decir que el problema radica en el poder de las grandes compañías financieras -principalmente- e industriales -después-. Es preciso hacer esta distinción entre gran burguesía, y en especial de las capas prestamistas y accionariales que adoptan realmente comportamientos rentistas, de los grupos gerenciales -hoy por hoy, al servicio de los primeros-, del resto de clases productivas. Entre las clases productivas cabe identificar al pequeño empresariado y a gran parte de los y las trabajadoras autónomos, aparte del conjunto de las clases trabajadoras. Estas últimas clases sociales son las que hay que defender contra la casta explotadora y vampírica que nos domina. El papel de la actual partitocracia no es más que la de ser gestores y representantes de fracciones de la gran burguesía, con un margen de maniobra de definición de políticas limitado, estando a su servicio.

Por otro lado, pero también de manera más importante, hay que asumir que la lógica sistémica aboca a crisis recurrentes de acumulación, al estar orientada por la búsqueda de lucro, y estar condicionada a situaciones que esta lógica genera de sobreproducción, competencia oligopolística -aunque este no es el problema principal-, e hipertrofia financiera. El problema son un tipo de relaciones, reglas y lógicas de funcionamiento que nos abocan a desastres periódicamente que, por otro lado, son fuente de enorme injusticia y miseria.

Resulta fundamental distinguir entre partitocracia -régimen de representación partidista pautada por unas reglas electorales y de financiación que les reproduce y que les limita y subordina-, la actitud de algunos políticos, el carácter de algunas medidas políticas, y la Política con mayúscula -ese espacio de debate y decisión públicas de carácter deliberatorio, participativo y democrático, en torno a cuestiones de cómo nos dotamos colectivamente de normas sociales-. La política es un arte bien noble, pero es polémica y conflictiva. Las políticas tienen sentidos diferentes. Los políticos tienen conductas que deben diferenciarse, y la partitocracia vigente es lo que cabe cuestionar.

Es crucial entender que el problema no es sólo de ineficiencia de los políticos, o de burocracia -esto es únicamente una cuestión periférica-, sino de una cuestión sistémica más grave. Está claro que hay ineficiencia, pero el problema radica, en la dimensión de las decisiones de lo público, principalmente en la orientación de las políticas. Está claro también que hay una corrupción extendida, pero en términos económicos el desvío y despilfarro que eso pueda ocasionar no explica ni el 1% de los problemas a los que asistimos. Hay gente que piensa, por otro lado, que el problema es la falta de ética o que presenciamos una estafa cotidiana, pero una explicación de estas características no comprende que no se trata de una falta a la moral o de un robo más o menos repetido, sino de un problema estructural que radica en la lógica de rentabilidad competitiva.

En este sentido, un problema del sistema político es su conformación partitocrática con un sistema electoral muy mediatizado por las circunscripciones y su forma de atribución de escaños que, en gran medida, se aproxima a un sistema mayoritario que beneficia a los dos principales partidos, es neutro, en la práctica, para los nacionalistas, y perjudica a las opciones estatales menores. La forma de financiación de los partidos del régimen, dependientes del sistema financiero y de subvenciones que reproducen el statu quo define tanto la influencia decisiva del gran capital privado sobre los límites de sus actuaciones, como el papel subalterno del poder político respecto a la oligarquía capitalista y la forma del Estado que les apoya y abriga.

A este respecto, es el gran capital privado y las grandes fortunas los responsables de tal fraude fiscal, y de evasiones múltiples (paraísos fiscales, ETVE, deducciones abusivas, y desgravaciones exageradas en los impuestos a las rentas del capital, etc...) que explica por sí mismo el déficit público. Es precisamente la desigualdad en la distribución del ingreso el vehículo principal de generación de precariedad, penurias y retrocesos en las condiciones de vida. La masa de beneficios, de la que se apropia una minoría social (menos del 7%) entraña en torno al 45% de la renta nacional, y gran parte de estos beneficios, en vez de reinvertirse para crear empleos, engrosan las cuentas de financieros rentistas. Siguiendo a una propuesta de generar zonas francas fiscales para innovadores de un artículo que me enviaste la cuestión es que la solución no radica en profundizar la exagerada desfiscalización de los últimos años, entre medias de un diseño del régimen fiscal muy injusto sobre todo para las rentas del trabajo. Si no hay nuevas inversiones tiene que ver con una crisis de solvencia y rentabilidad, por un lado, causado por la propia crisis de sobreproducción y endeudamiento privados del sistema, y con el carácter burgués del Estado, que se inhibe de invertir en áreas de interés productivo, ecológico y social para empezar a jugar un papel de Robin Hood al revés.

El problema del sistema político es la ausencia de una democracia participativa que permita incorporarse al debate público a la mayoría de la población. Y, en segundo lugar, su enorme dependencia de la financiación privada. Y, en lo que concierne a la financiación pública, el problema no está en su cuantía (de hecho, un país necesita de recursos para organizaciones que medien los debates) sino en su atribución que reproduce el statu quo, al dar más financiación a quien más escaños y votos obtuvo, impidiendo la incorporación de la renovación de ideas en el sistema político. Eso, y la profesionalización de la vida política, que hace que la arena de las discusiones sea monopolio de unos burócratas de lo político.

A este respecto, un sistema mayoritario es extraordinariamente perverso, y no contribuye en nada a resolver el carácter inmaduro y deformado de nuestro sistema político, sino que ayudará a empeorarlo. Realmente sería mucho mejor un sistema electoral con circunscripción única, o a lo sumo autonómica, y se podría mantener la Ley D'Hontz, pero el problema, como te digo radica en el secuestro de la política por las grandes corporaciones.

Esto también lo digo, porque hay un discurso muy extendido que reduce los problemas vividos a corrupción, burocracia, estafas, autonomías o ineficacia de los políticos. Todo eso lo hay, y es grave -especialmente la red clientelar en torno a intereses creados-, pero no es el problema principal. Un discurso que ignora la desigualdad entre ricos y pobres, entre rentas del trabajo y del capital, de las contracciones a las que conduce el capitalismo como lógica socioeconómica. Un discurso que piensa que todo es cuestión de eficacia técnica de los políticos, sin discutir qué tipo de políticas son las más apropiadas para las necesidades sociales y la crisis en vigor, sin entender que hay un conflicto entre clases sociales -complejas y poliédricas, pero clases diferencias y algunas en disputa evidente-. Un discurso que, en suma, estaría conforme con que viniese al poder un líder carismático que amparado en la tecnocracia todo lo resolvería, sin preguntarse realmente en qué consistiría su programa y a quién y a qué respondería. Esa opción, se parece mucho al fascismo, y eso sí que es preocupante.

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